miércoles, 16 de noviembre de 2011

Relato corto, El sueño

EL SUEÑO

Es una de esas noches que la humedad te cala los huesos. Permanezco en el interior de mi vehículo con la calefacción encendida frente a un motel de carretera cerca del Vendrell. Las luces intermitentes de neón  arrojan haces distorsionados por la recia cortina de agua que barre el asfalto y las gotas descomponen la luz del letrero en miles de hilos de colores que dificultan mi visión. Extraigo de la guantera unos pequeños prismáticos e intento identificar a la pareja que acaba de estacionar su vehículo frente al motel. Regulo la óptica hasta que obtengo una visión clara de la mujer y de su pareja.
Se han introducido en el interior del establecimiento y a través de las amplias vidrieras distingo como el hombre realiza los trámites de inscripción. Me es imposible averiguar el número de habitación, pero a los pocos segundos una luz se enciende en el segundo piso. Es la única que permanece encendida. El recepcionista se cuela por una portilla trasera y desaparece del mostrador.
Abro la portezuela del vehículo y apuro mi pitillo. El humo inunda mis pulmones hasta quemarlos y la nicotina navega vertiginosa por mis venas. Exhalo lentamente la bocanada y lanzo la colilla sobre un charco de agua. Alzo las solapas de mi gabardina y corro hacia la entrada del motel.
El recepcionista permanece ausente así que me cuelo en el interior y asciendo por las escaleras de la derecha hasta la segunda planta sin ser visto. Las luces del corredor permanecen apagadas, así que me es sumamente sencillo averiguar la única habitación ocupada. Por debajo de la puerta se escapa un pequeño haz de luz que taladra la oscuridad. Me aproximo con sigilo, procurando que mis pisadas no resuenen en el piso de madera. Con los nudillos golpeo la portilla arrancando un leve sonido seco y hueco. Un hombre con el torso descubierto la abre sin preguntar. Cuando me reconoce, retrocede asustado mientras la mujer a su espalda, intenta cubrir su desnudez con un embozo.
Mi mujer se alza de la cama envuelta en la tela mientras el individuo levanta las manos aterrado. Tiene la vista perdida en el agujero negro en el que acaba el cañón de mi pistola. Aprieto el gatillo y el tipo sale despedido hacia atrás con dos agujeros en el pecho. Mi mujer grita histérica y olvidando su desnudez, se arrodilla junto a su amante. La aferro por el hombro y la obligo a alzarse y a mirarme. Tiene el miedo reflejado en sus ojos velados por las lágrimas que resbalan por su mejilla, pero eso no ablanda mi ira. Vuelvo a apretar el gatillo y ella se cubre el vientre con ambas manos intentando retener la sangre que surge a borbotones mientras me mira con ojos de incredulidad. Se acerca encorvada a la cama y se tumba herida de muerte, yo me acerco y la remato con un tiro en la cabeza.
En ese instante, un pitido estridente me saca de mi sueño, es el jodido despertador. Abro un ojo, son las siete de la mañana y tengo que asearme para ir a la oficina. Como es normal mi mujer no se encuentra a mi lado. Otra noche ausente. Mi matrimonio se ha ido a la mierda, esa es la pura verdad.
Me dirijo hacia el cuarto de aseo y enciendo el transistor para enterarme de las últimas noticias. Lavo frenéticamente mis dientes con la voz del locutor de fondo, luego me afeito con una maquinilla desechable que lanzo a la papelera. Antes de salir del servicio descorro la cortina de la bañera. Mi mujer y su amante permanecen con los ojos abiertos, desnudos, con varios agujeros de bala en sus cuerpos. Tengo que pensar como mierda voy a deshacerme de los cadáveres.

                Autor Amando Lacueva
                © Obra registrada 2011
                Reservados todos los derechos.

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