miércoles, 16 de noviembre de 2011

Cenizas del mediodía, de Carlos Barbarito

Cenizas del mediodía

Carlos Barbarito

Poesía

Editorial Praxis

México, 2010

35 páginas


¿Qué ceniza aprendió a volar en un poema? ¿Estamos de acuerdo con la palabra que nace desde una máquina de parir dolores?

El poemario Cenizas del mediodía, de Carlos Barbarito, es un caleidoscopio brillante, un bálsamo para el que busca, un acicate para el que encuentra, para que no pueda simplemente restañar las heridas provocadas por el afán de encontrar la palabra y descansar y deba continuar la búsqueda, capa sobre capa, nivel bajo nivel, escalón bajo escalón, umbral por umbral, a lo Celan, y de agua turbia con forma de espejo perfecto. Así, la apariencia apacible de los poemas que nos brinda, tallados en las gemas clásicas de la expresión poética tiene el modo de una vela que en la foto parece pacíficamente tensa, pero que en realidad está sometida a un vendaval del que usa con moderación la fuerza, pero tiembla en el esfuerzo tremendo por sacar la nave del misterio del viento que quiere pesar.

¿Qué pregunta no ha sido formulada? ¿Acaso sembrar para tener trigo y cebada traiga la luz al final de un pasillo? Si Bosch se evoca en sus laberintos, si las voces de los poetas se funden con la tormenta interior, si las preguntas del poeta se estrellan contra un verdadero abismo de falta de palabras, de necesidad de rigor en la manifestación, incluso de geométrica versión de un desnudo a la luz de los relámpagos y el Fuego de San Telmo, ¿cómo se evoca entonces la palabra recolectada a partir de la sangre de los dedos, picando piedras que las esconden en el fondo de sus cuerpos?

Cada escalón en la espiral va desde el sueño a la conciencia y secretamente se desanuda al revés, pero no por el mismo camino. Cada palabra nueva surge como exigencia, luego como pregunta y al final queda sin respuesta porque en la pregunta está la nueva palabra parida desde la nueva necesidad. Cada peldaño bruñe un círculo enamorado, una línea, o un río, o un trigal en el que crece una sonrisa recóndita.

Barbarito es una voz templada en el nuevo aire de América, con los ojos enérgicos de un capitán que lamenta una respuesta rápida a su demanda, porque entiende que la velocidad es la enemiga de la reflexión y en la respuesta rápida se esconde la verdad superficial, baladí, que el poeta niega en el trasfondo de una literatura valiente, pero con el clasicismo de la aventura tomada con pudor. En esas agonías resueltas con vigor y dinamismo, con valentía y recato, se ve el timón que el poeta empuña para llevar a su ceniza a aprender a volar en un poema.


Héctor Ranea Sandoval

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