martes, 31 de enero de 2012

Los lobos del águila, de Simon Scarrow

Que aúllen Los Lobos, y, a la señal “Ira y Fuego”, Roma venza
25/01/12

Reseña de José Luís Fernández Gancedo.

Dado que aún no me he unido a una entidad bancaria hasta que la hipoteca nos separe, para mí lo más parecido a una casa son los antros de perdición, las salas de concierto donde el escenario se convierte en un volcán que brama con sonido atronador, y los hoteles donde hago parada y fonda durante mis viajes.

Allá en los hoteles donde han dado a parar mis huesos - como tantas veces ha ocurrido a lo largo de mi vida - al caer sobre mí el manto de la noche, la mejor forma de dar esquinazo a la soledad ha sido recurrir a la siempre grata compañía de un libro.

Si en mi último asalto a sangre y fuego a la vieja Europa, gracias al cual vivi una experiencia de lo más fascinante más allá de los Cárpatos, “La legión olvidada” de Ben Kane fue Semper Fidelis a mis cohortes, en mi mas reciente “escapada” por esos mundos de Dios, más concretamente hasta Tafalla, “Los lobos del Águila” de Simon Scarrow han sido los que, en formación cerrada, se han mantenido firmes y han combatido a mí lado.

Simon Scarrow, profesor de historia metido a novelista que gracias a “Revolución” – conjunto de novelas sobre la las vidas paralelas de Napoleón Bonaparte y el duque de Wellington – y “Águilas” – serie de novelas sobre las andanzas del joven Quinto Licinio Cato – en la cuarta entrega de esta última nos lleva hasta Britania para mostrarnos cómo a mediados del siglo I d.C. las legiones romanos trataron de conquistar dicha tierra para convertir a las salvajes tribus que lo habitaban en sumisos y fieles súbditos del Imperio que en aquellos días dominaba el mundo conocido.

Un año después de que fuera enviado a las Legiones acantonadas en el Rin, el joven esclavo Quinto Licinio Cato, que a sus 18 años – gracias a sus meritos en combate - es el Centurión más joven de la Legio II Augusta bajo el mando del legado Vespasiano, se haya en las inhóspitas tierras británicas junto a Lucio Cornelio Macro, un veterano centurión curtido en mil batallas al que Cato salvo la vida durante los brutales choques librados contra los galos en Germania.

Al igual que sus miles de compañeros de armas Cato y Macro ven con el transcurrir de los días como lo que se antojaba como un paseo militar se torna en una dura misión durante la cual, a parte de enfrentarse a un pueblo que se niega a ser conquistado, tendrán en su contra unas infernales condiciones meteorológicas, y un agreste terreno que impide a las legiones poner en practica las tácticas militares que hasta la fecha habían hecho de ella la maquinaría bélica más letal.

Dado que tras gritar ¡Devastación! y soltar a Los Perros de La Guerra, el general Aulo Plautio no logra obtener los resultados deseados, merced a los cuales tendría derecho a vestir el manto de la purpura y ocupar un puesto en el Senado, decide recurrir a la táctica “divide y vencerás”, táctica gracias a la cual consigue el apoyo de Verica rey de los atrebates ("colonos"), tribu belga que habitó territorios localizados en la Galia y Britania, a la que le une al Imperio Romano el odio hacía Los durotriges, una irreductible tribu celta del suroeste de Britania.

Ante tal tesitura, Cato y Macro se verán obligados a dar lo mejor de si mismos para conseguir en un tiempo record que pastores y granjeros se conviertan en una fuerza de choque capaz de vencer a cualquier enemigo que se le ponga por delante.

La mencionada novela – la cual llego a mis manos la mañana del pasado 6 de Enero por cortesía de esas estimadas hermanas mías que, dedicatoria mediante, exigieron a mis legionarios que a la señal de Ira y Fuego cargasen sin temor contra las tribus barbarás que saldrán a mi encuentro durante el presente año – a parte de los tópicos y siempre agradables pasajes en los que se narran como los cientos de hombres de las cohortes nativas “Los Lobos” y “Los Jabalíes”, con el gladio en la diestra y el escudo en la siniestra, libran brutales combates cuerpo a cuerpo contra los celtas que arengados por los druidas deseaban saciar a sus dioses paganos con la sangre del invasor, tiene a su favor la trama subyacente en la que se expone el punto de vista de los conquistadores y los conquistados.

Si Verica muestra el temor de un hombre por su pueblo y por las consecuencias que puede tener para este tomar la decisión equivocada (Aliarse con Roma vs Hacer frente al invasor) el Tribuno Quintilo pone cara a la prepotencia del conquistador, a la raza que se creía elegida por los mismísimos dioses para someter a los pueblos atrasados que infestaban el mundo mas allá de las fronteras del Imperio.

En fin una obra muy recomendable que da fe del delicado equilibrio de todas las campañas militares, y de cómo para los hombres que están sobre el terreno —hombres como Macro y Cato— la realidad era confusión, duda y una sangrienta lucha por la supervivencia, en definitiva algo muy diferente a lo que era para los políticos que, en sus lujosas villas, jugaban a la guerra sobre pulcros mapas mientras un bello esclavo les masajeaba la espalda.

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