miércoles, 7 de diciembre de 2011

Relato corto, El negocio

EL NEGOCIO

Lo reconozco, me encanta la buena vida y vivir de los demás, aunque nadie me dura más de tres o cuatro meses, imagino que es por mi carácter. En ocasiones me encuentro sin nadie a mi lado y tengo que ganarme la vida haciendo trabajos extras, como ahora. No puedo decir que disfrute con mi trabajo, pero de alguna forma he de ganarme la vida para poder mantener mis gustos, que cuestan una fortuna a final de mes.
En este instante disfruto de un aromático café descansando mis posaderas tras una mesa en el interior de la cafetería Zeus.
En la barra acaban de tomar asiento sobre los taburetes tres individuos, uno de ellos se ha fijado en mí y parece que no me pierde de vista. Por lo que puedo observar es un imbécil que paga tres cafés con una visa oro, sin duda quiere impresionarme. El tipo me mantiene la mirada con descaro, y sonríe. Voy a provocarle. Sin dejar de mirarle a los ojos y sin importarme que nadie pueda verme, me bajo las bragas por detrás de la mesita, asegurándome de que él no pierda detalle, y las guardo en el bolso.
Tal y como esperaba el individuo se despide de sus amigos y se me aproxima para saludarme con una eterna sonrisa dibujada en su rostro. Yo le devuelvo el gesto mientras el tipo toma asiento a mi lado.
Con la mirada despide a sus amigos, se vuelve hacia mí y musita divertido, refiriéndose a los dos tipos que le acompañaban:
—Negocios.
Yo simplemente asiento. El tipo es un completo salido, intenta meterme mano por debajo de la mesa, pero se lo impido cruzando los muslos. Soy yo quien le coloca una servilleta encima de las piernas y le meto la mano en la bragueta. El tipo está armado sin apenas rozarle. Le rozo los labios con los míos y acercándome a su oído le musito que me lleve a su apartamento.
No hemos tardado ni veinte minutos en llegar a su chalet de Cala Romana. Mientras intenta meterme mano en los fondillos yo me zafo de él y le pregunto por el cuarto de baño. Me señala una puerta a su derecha. Me cuelo en el interior y atranco la puerta. Reviso el contenido de mi bolso, todo en orden. Me pinto los labios y dejo suelta mi melena mientras me despojo de la blusa y me dejo puestos los sostenes y la falda.
Surjo del servicio. Me aguarda impaciente con una copa de cava en la mano. Pero no la acepto, bebo de la suya sin separarme un instante de mi bolso. Me besa y consiento que sus manos palpen mi cuerpo. Intenta despojarme del sujetador, pero se lo vuelvo a impedir. Va demasiado deprisa, y con un solo gesto, parece entenderlo. Se pega a mi cuerpo y continúa indagando los secretos que guardo con celo. Su mano por fin se desliza por debajo de mi falda y al instante se retira de mí como alma que lleva al diablo, pero no le permito que reaccione. Le estoy encañonando con mi pistola y el tipo empieza a ponerse lívido y a sudar como un cerdo.
—Solo quiero saber donde guardas el paquete —Le espeto.
Como un corderito me lleva hasta su caja fuerte oculta en el fondo de un armario. Abre la caja y me larga una bolsa. Le pido que me muestre el interior. Creo que está todo, dos kilos de coca colombiana de una enorme pureza.
Mi mira con cara de pánico inquiriéndome con la mirada el motivo. Yo simplemente le replico:
—Negocios.
Antes de que pueda decir nada le pego un tiro a bocajarro y el tipo se desploma. Es un don nadie que pretende abrir mercado en una zona controlada por mi jefe.
Cierro los ojos y dejo escapar un profundo suspiro, el muy imbécil me provocó una enorme erección cuando me metió mano por debajo de la falda. Sonrío por la cara de sorpresa que tuvo cuando su mano agarró mi miembro erecto y se separó de mí con cara de asco.
Rebusco en su armario, más o menos somos de la misma complexión. Introduzco mi ropa y la peluca en una bolsa y me visto con uno de sus trajes, me sienta de maravilla. Me desmaquillo, no soporto llevar tanto maquillaje durante demasiado tiempo y la barba empieza a abrirse camino.

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