miércoles, 13 de julio de 2011

El olfateador, de Francisco Angulo

Editorial: LápizCero ediciones 

Año de edición: 2011
Encuadernación: rústica con solapas. 
Páginas: 181                         


El olfato del ingenio creativo.     por Ignacio Fernández Candela

La trascendencia es aquello que se impulsa en la corriente de lo previsible  y traspasa la frontera creando su propio reclamo; en las artes literarias es todo un paradigma de solidez argumental y es más concluyente en el género policiaco. Francisco Angulo conoce la esencia de lo eficaz en la confección de la trama narrativa y el resultado es singularmente atractivo.

     Pero ¿qué sucede si además de traspasar la frontera de lo formalmente correcto, de lo estilísticamente impecable, se añade un sello de originalidad que convierte en patente lo insospechable para el lector? Pues que nos encontramos un libro como El Olfateador para concitar atención inmediata en la lectura. Si la imaginación del autor genera brillantez en el ámbito del proyecto de la Ciencia, no menos excelente iba a ser la desplegada en el espacio literario con una canalización de originalidad implícitamente convenida.


Olfateador es familiarmente un sustantivo que rememora la pesquisa inherente a la acción policial. Así podríamos concebir la narración de lo policiaco, si bien en la novela de Francisco Angulo, predomina la originalidad  considerando que hablamos de un intelectual pragmático, acostumbrado al examen analítico y a la complejidad del desarrollo científico en una imaginación sorprendente, versátil y efectiva.
El contraste de la ciencia axiomática frente a la consciencia vulnerable del alma terrenal, tan falible, es una constante  de intriga que da identidad a Harry, el investigador protagonista  que vive el declive de su carrera profesional con la angustia incontenida por la impotencia de no resolver el asesinato de la pequeña Lisa, acaecido muchos años atrás.
Continuos cambios de ritmo esbozan la integridad argumental en que subyace la discontinuidad de la confianza en las posibilidades humanas, siquiera en la grandeza de la misericordia o de la bonhomía de las intenciones nobles; frente al embate de los conflictos existenciales que degeneran en crimen  para resguardar la esperanza de que la Ciencia resuelva lo que la perspicacia humana no logra atisbar por esconderse de la propia consciencia bienintencionada de la voluntad aparentemente bondadosa.

Quien otea y cimenta las perspectivas  de la novela policial aportando rasgos de creatividad inesperados, es un autor que demuestra estar versado en el inextricable submundo  de la conciencia frente a la problemática mundanal de la radicalización de las sensibilidades en que degenera la oscuridad  de la violencia.

El Olfateador alude a la bestia indómita del intimismo visceral en que confluye la confusión y el pulso por la cordura ante la amenaza de la demencia. Trata de criminales pero también de locuras fundadas en la justificación de los males que busca el bien de sus inconfesables satisfacciones. No es un chapoteo, esta narración, por la trascendencia de las luchas entre el Bien y el Mal, sino una profunda disquisición de lo mundano confrontado con sus más profundos y dementes temores. Estamos ante una novela que es miscelánea de acertadas sensaciones, a cada cual más fascinadora e inquietante.

El desarrollo de la acción está pautado por una antología de casos policiales- llamado “De crímenes y criminales”- que conforma un anecdotario dinámico sobre la multiplicidad de factores que incide en el móvil de los crímenes y la naturaleza impenitente de la ambición humana, torcida y entregada al desfase de la agria voluntad asesina que en ocasiones no es comprensible ni para el propio ejecutor desde la complejidad del espíritu destructivo que se genera del inconformismo y la malignidad.

El Olfateador es un libro con propias pautas de creatividad que resuelve una argumentación funcional con una miscelánea de registros acomodados en  un género policiaco que no obvia la ciencia ficción y la profundización en la moral concluyente de las sinuosidades de la mente y la dificultad por analizarla con la paradoja de sus contradicciones, como en esta ocasión, espectaculares.
El eje troncal argumentativo es el desvalimiento de las sensibilidades ante la sinrazón de la violencia; una constante existencialista en el laberinto interno de un policía que se ve influido por las miserias de los bajos instintos después de tratar , cara a cara, con el crimen y los autores que los inspiran. Todo asesino posee su propia marca de inspiración destructiva, como así explorará el olfato de un Harry, inspector de policía, con sus propios instrumentos de conciencia obnubilada ante el olvido de la realidad.

En la magnífica novela de Francisco Angulo  no falta la sorpresa final, bien presentada y con intención de ingenio, que nos acompaña durante toda la trama aun sin advertirlo hasta el momento preciso. La confluencia de las paradojas desemboca en una superior de realidad donde nada es lo que parece ni nadie es identidad previsible en un  dédalo de vitales subsistencias, ante  una naturaleza salvaje y significativamente misteriosa que, por mucho que se pretenda explorar, siempre será desconocida incluso ante nosotros mismos.
      No obstante la frase que inicia esta obra es tremendamente lapidaria, acerca de la delgada línea que se traza entre el Bien y el Mal para finamente quedarnos fuera de ella.

Resuelta, consistente en estilo- una constante de todas las obras publicadas por LápizCero Ediciones- y capaz de imbuir al lector en sus expectativas fielmente cumplidas de la originalidad, El Olfateadoraporta lo que el género policial trasciende a sus lectores y se implementa, además, con otras virtudes que el ingenio conlleva en el arte escrito y que Francisco intuye como excepcional investigador de las posibilidades humanas.


Ignacio Fernández Candela
     Escritor-pintor

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