martes, 12 de abril de 2011

Singladuras, viaje americano, de Concha Espina

SINGLADURAS

VIAJE AMERICANO
CONCHA ESPINA
Prólogo: Cristina Narbona
Ed. Evohé-El Periscopio


Con esta obra da comienzo una nueva colección de laEditorial Evohé, de tema viajero y bella factura de edición, que bajo el nombre de El Periscopio realizará amplios recorridos, contados por autores diversos que nos presentarán, como el libro del que hablaremos hoy, culturas, países y ciudades vistas por sus ojos literarios o artísticos.


Concha Espina (Santander, 1869-Madrid, 1955) fue, como contadas escritoras españolas, una adelantada de su tiempo. Desde muy niña escribe versos y publica en El Atlántico, bajo seudónimo. Llegó a usar cinco seudónimos en sus publicaciones. Desarrolló su actividad en múltiples campos, tocando la novela, el ensayo, los artículos periodísticos, los viajes, el teatro y la poesía. Recibió múltiples premios a su dilatada actividad, y fue propuesta varias veces para el Nobel. Casó en 1891 y fueron a vivir a Chile, hasta 1898, que retornó, con dos hijos, a España, donde tuvo una hija y un hijo más. En 1909 su primera novela ve la luz, mientras se deshace su matrimonio.
Por sus circunstancias personales viajó mucho, y el libro que comentamos hoy surge a raíz de un viaje a Estados Unidos, como embajadora literaria, portando un mensaje de Alfonso XIII de hermanamiento a los pueblos hispánicos allende la mar océana. En ese viaje hizo una escala previa en Cuba, relatada también en este libro. El viaje lo realiza en 1930 con su hija Josefina, que le ayuda como secretaria. Ha recibido una invitación del Middlebury College, en Vermont, para hablar de su última novela, La virgen prudente.

Singladuras es, como hemos dicho, un texto originado por el viaje a EE.UU. que realizó en 1932. El libro se divide en tres partes: Cuba, Nueva York y Nueva Inglaterra (Vermont). La autora utiliza en todo el texto un lenguaje muy barroco y poético, con términos  a veces peculiarísimos, con preciosas descripciones del trayecto transatlántico en barco y la llegada a La Habana. La tarde, que navegaba con nosotros, echó por la borda todo el sol de los cielos; en nuestros horizontes cada ruta se dirigía a una misma soledad”.”Todo en el mar  es duro y salvaje dentro de una gran hermosura, y para los que llevamos su sentido dramático en las venas, para los que sabemos temblar en todas las aguas vivas, la rebelión marinera es un desquite, una venganza sabrosa, aunque se reduzca al hecho inocente de cambiar la hora del reloj en busca de otro mundo”.

En Cuba, donde pasa once días, se extasía ante las explosivas y expresivas muestras de afecto cubanas, y muy asombrada ante la negritud de una parte de la población, negritud con la que afirma contactar por vez primera y que la impacta profundamente, percibiendo con desagrado una discriminación latente entre la población clara y la oscura. Cita, sin embargo, su disfrute con las tertulias culturales, interesantísimas, entre los españoles que residen allí  (la hospedan unos primos en su casa), con el Lyceum de señoras, donde le organizan una fiesta llena de luz y color, música y deliciosos manjares tropicales. Descubre el son habanero, y la música negra. De pasada hace una alusión a la dictadura militar que en ese momento marca los destinos cubanos, “sospecho del militarismo como régimen y aun abomino de él -nos dice- pero Cuba, la mera patria fundamental, henchida hoy de posibilidades resistentes, por sus mismos cruces históricos, por su jugoso fermento racial, no debe temer nada de la espada gubernativa”. También  la cercanía estadounidense, que ve como un peligro, en el sentido de infiltración cultural: “el Norte de América está demasiado próximo a la isla y su presión económica, su imposición, mejor dicho, equivale a una esclavitud y constituye una amenaza terrible”.

Finalmente, desembarca en Nueva York: Manhattan es todo “vértigo, ruido, calentura moderna, incertidumbre humana, horda civil, bramido, y crispatura (sic) que puede convertirse en oración. Antena del mundo americano, índice famoso del continente, ápice que, de tanto hundirse en el cielo, ha conseguido atraer a las nubes sobre sí con veladura de inquietud (pág.48). Los altísimos edificios la marean un poco, y aunque aprecia la activísima vida cultural y universitaria, así como las explosivas musicalidades de los teatros de Broadway,... quizás es demasiado para ella, de costumbres más recogidas, -en esa época ha cumplido los cuarenta-. Pero se atreve a subir al Chrysler Building, terminado en 1930, en ese momento el más alto de la ciudad, cemento y acero; “nos sentimos inclinados a suponer que son los rascacielos unos destructores de las alturas” y respira al bajar del ascensor. Para compensar, visita la casuca (sic) donde vivió Edgar Allan Poe, Fordham Cottage, allá en el Bronx. Asimismo se planta en la inmensa St. John le Divine, a medio construir aún, lo que le provoca una serie de comentarios acerca de la religión en América. Dedica varios capítulos a la eminente posición de los judíos en Nueva York, sobre todo los sefardíes, haciendo un poco historia de su éxodo; considerándoles como una “raza que trabaja día y noche, ahorra, padece y lucha, pero nosirve, (nunca como sirvientes). La servidumbre, aquí, está reservada a la raza oscura: la autora observa con enfado la notoria segregación racial, haciendo diversos comentarios sobre Harlem, barrio al que llama “monarquía” citando a García Lorca. Y en su despedida de la ciudad, afirma que ése es el problema que más la conmueve.
Por otra parte, conversa con Anna Hyatt, escultora y esposa del multimillonario e hispanista A. M. Huntington, fundador de la Hispanic Society of América, que tanto ha promovido la cultura española. Visita entusiasmada la Universidad de Columbia, destacando la labor de Federico de Onís, presidente del Instituto de las Españas en Nueva York, por donde han pasado periódicamente Fernando de los Ríos, Dámaso Alonso, Américo Castro, García Lorca...en casa de Onís se organiza una noche de tertulia española,  que se acaba cantando coplas españolas. 

La Nueva York que ve, Manhattan, le impacta tanto por sus edificios como por su “religión del trabajo”.“El trabajo allí,-nos dice- más que un dios tutelar, es una tremenda dictadura, inexorable, de la cual no escapa la «mujer serie», por muy suya que juzgue la vida”; las prisas, el maquinismo, el movimiento permanente, la lucha por la supervivencia, por el dinero,...y sin embargo no alude en ningún momento a los problemas sociales generados tras el crack, por ejemplo, aunque sí lo hace brevemente a la Ley Seca (es su duodécimo año, 1932) y a el caos y delincuencia generada. Pero echa de menos un buen jerez o un amontillado.

Sin embargo, esta gran ciudad la aturde, la hace sentirse una pueblerina; y lo es, de hecho, viniendo de la tradicional España, aún inmersa en un atraso económico y social enorme, y con sus costumbres de vida tranquila y familiar, su religiosidad católica, su mediterraneidad. Sus jugosos comentarios acerca de las novedades de progreso técnico y las costumbres neoyorquinas son prueba de ello. Observa a las mujeres norteamericanas, (ella las llama saxoamericanas, quizás sea su modo de decir anglosajonas),  sus ropas y maquillajes, su independencia,  su capacidad de trabajo, el modo de vida neoyorquino, generalizandolo, quizá un poco a la ligera, al norteamericano. “Al deshacerse aquí la familia casi en absoluto, mediante la emancipación de los antiguos sirvientes, aspirantes hoy a millonarios, ha desaparecido el bloque secular, que todavía en muchos países defiende al hijo mozo y al padre anciano, y constituye el refugio de la infancia, la soltería y la vejez”.(pág.54). Todo lo que la autora echa en falta aquí: la vida familiar, los niños –no se ven por las calles, como en España- las comidas caseras, etc., probablemente lo encontraría en cualquier otra población del resto del inmenso país, o si se hubiera paseado por Little Italy o Harlem, mismamente, también hubiera visto familias y niños. Es, en mi opinión, una afirmación demasiado rápida, y más determinada por la franja social, que frecuentó en su viaje.

La tercera parte del libro está dedicada a Nueva Inglaterra, Vermont en concreto; probablemente la parte más europea de EEUU, y la primera que pisaron los padres peregrinos. En esta parte, su ánimo cambia, al reencontrarse con la naturaleza, dejar atrás el ajetreo agobiante del asfalto, y pasar unos tranquilos días en contacto con jóvenes estudiantes hablando de su obra y de literatura hispánica. Le choca mucho el comportamiento de las chicas, su libertad de movimientos y de relaciones. Únicamente parece denostar la comida (con gran nostalgia de la gastronomía hispana), pero por lo demás, su estancia en Middlebury College resulta un amable remanso de paz, fraternidad y comunismo rural (sic).Como resumen, traza un instantáneo mapa del recorrido posterior que siguió en su viaje, llegando hasta California con distintas paradas y retornando a Nueva York para volver a Europa. Probablemente tras ese viaje sus impresiones de América del Norte derivasen hacia una visión más profunda del inmenso país que tuvo la posibilidad de recorrer y que la acogió tan amablemente.




Ariodante
Noviembre 2010 



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