domingo, 7 de noviembre de 2010

VIDA Y DESTINO de VASILI GROSSMAN


VIDA Y DESTINO de GROSSMAN, VASILI
Lengua: CASTELLANO
Encuadernación: Tapa dura
ISBN: 9788481097030
Nº Edición:1ª
Año de edición:2007
Plaza edición: BARCELONA

Reseña de Jose Luis Fernandez Gancedo



Desde Rusia con dolor
Antes de que Anna Kúrnikova y Maria Sharapova hicierán acto de presencia en el circuito de tenis femenino ya tenía yo en alta estima a “La Madre Rusia” debido a que durante unos años comí gracias a los barcos arrastreros y quimiqueros que “Los Rusos” encargaron construir al astillero Naval Gijón, S.A. Dado que es de bien nacidos ser agradecidos considere pertinente sacrificar unas cuantas horas de sueño en beneficio de la lectura de “Vida y destino”, novela que a lo largo de 1.100 páginas aborda las vicisitudes del pueblo ruso durante la batalla de Stalingrado, una de las páginas más sangrientas de la historia. La historia que rodea a “Vida y destino” es tan interesante como lo que se cuenta en ella puesto que, - como si se tratará de la trama de una película de espías de la Guerra Fría -, fue publicada más allá de las fronteras de la URSS gracias a los que arriesgando su vida consiguieron sacar microfilmado un manuscrito de la misma.
Vasili Grossman, a parte de ser el primero en dar al mundo noticias de la existencia de los campos de exterminio nazis, dedico su vida a criticar los abusos e imperfecciones del comunismo, sistema político este que tiene unos cuentos miles de crímenes en su haber por mucho que quieran ignorarlo aquellos que le ríen las gracias y le lanzan piropos desde países donde gozan de libertad de expresión, desde países regidos por ese sistema que Winston Churchill brillantemente definió con una de sus lapidarias frases: "La democracia es el sistema político en el cual, cuando alguien llama a la puerta de calle a la seis de la mañana, se sabe que es el lechero." “Vida y destino” consigue conmover y perturbar al lector gracias a pasajes de gran humanidad que nos hacen sufrir y emocionarnos con los protagonistas. Aunque unos llevaban el uniforme del Ejército Rojo y otros se cuadraban al grito “¡Hail, Hitler!”, todos y cada uno de los soldados que intervinieron en aquel conflicto sufrían por lo mismo: “El soldado puede acostumbrarse a todo, a calentarse con humo afeitarse con una lezna. Pero hay algo a lo que nunca puede habituarse: a vivir separado de los hijos” Grossman muestra como detrás de cada uno de los soldados que forman parte de la lista “caídos en combate” esta el dolor, el estremecedor dolor, de una madre: "Todos los hombres son culpables ante una madre que ha perdido a un hijo en la guerra; y a lo largo de la historia de la humanidad todos los esfuerzos que han hecho los hombres para justificarlo han sido en vano." Es imposible no sentir pena por aquellos hombres a los que el sistema soviético obligo a traicionar a otros, a aquellos amigos que habían osado criticar los sinsentidos de la maquinaría totalitaria: “Viktor se sentía orgulloso de su propio coraje, de su rectitud; se burlaba de aquellos que daban muestras de debilidad y cobardía, pero ahora él, un hombre, también había traicionado a otros hombres. Se despreciaba, sentía vergüenza de sí mismo. La casa en la que vivía, su luz, el calor que la calentaba, todo había quedado reducido a astillas, a arena seca y movediza”.
Grossman, a través de la historia entre oficial de infantería Peter Bach y la joven rusa Zina, retrata a aquellos soldados alemanes que, a miles de kilómetros de sus seres amados, iban a los sótanos en busca de sexo durante aquellas noches en las que lo más querían no era acostarse con alguien si no despertarse junto a otro ser humano que por unas horas los rescatará y evitará que perdierán en aquel infierno a cuarenta grados bajo cero lo que aún les quedaba de humanidad: “Nunca antes había visto a un alemán con una expresión así en la cara; pensaba que solo los rusos podían tener unos ojos tan sufrientes, tan implorantes, tan tiernos y locos. Le estaba diciendo que en aquel sótano, mientras le besaba los pies, había entendido por primera vez que era el amor, y no con las palabras de otros, sino con la sangre del corazón. La amaba más que a su pasado, más que a su madre, más que a Alemania, a su futura vida con María...se había enamorado. Los muros levantados por los Estados, la furia racista, la cortina de fuego de la artillería pesada no significaban nada, eran impotentes ante la fuerza del amor...daba gracias al destino porque, a las puertas de la muerte, le había permitido comprenderlo” El fascismo se nos presenta a lo largo de la novela como el monstruo que es: “Jmelkov comprendió que, bajo el fascismo, al hombre que desea seguir siendo un hombre dotado de libertad, razón y bondad, se le presenta una opción más fácil que la de conservar la vida: la muerte” Es imposible no conmoverse leyendo las páginas que muestran lo que supuso para el pueblo ruso la ofensiva lanzada por el Ejército Rojo: “Aquellos hombres allá en el frente, iban a morir por ella, por su hijo, por las mujeres de manos agrietadas a causa del agua helada, por los ancianos, por los niños envueltos en los pañuelos desgarrados de sus madres” 

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