Reseña de José Maria Ariño Colás
Tengo entre mis manos la primera novela de la poeta Brenda Ascoz, autora de dos poemarios: En ajeno (Chorrito de Plata, 2007) y Ecorché (Eclipsados, 2009). Brenda reside en Zaragoza desde 1998 y es enfermera especialista en salud mental. Precisamente la novela Morbo trasluce algunas
de sus experiencias profesionales en dos hospitales de la ciudad del
Ebro y refleja ficcionalmente ecos de su propia andadura vital.
De la mano de Claudia, la joven enfermera protagonista, nos adentramos
en un ambiente críptico, laberíntico y muy cercano al desasosiego. Desde
su primera jornada en el servicio de cirugía maxilofacial del hospital
Miguel Servet hasta los últimos treinta meses en el servicio de
Observación de Urgencias del hospital Clínico de Zaragoza, Claudia vive
experiencias demoledoras, agravadas por la soledad, la falta de
solidaridad de algunos compañeros, la superficialidad de los amigos y la
ausencia de sus padres, fallecidos diez años atrás en un accidente de
tráfico.
En la novela se entrecruzan dos mundos casi
antagónicos: el mundo de los hospitales, con sus penurias, su
sufrimiento, sus desagradables experiencias y el mundo de la calle, de
la diversión, de la música estridente o de la propia soledad al filo de
la madrugada. Del ambiente de los hospitales queda un sabor amargo
cuando la protagonista regresa a la soledad del hogar: "Cada día, una
espesa lucha entre la vigilia y el sueño. Mirar a mi alrededor y
comprobar cómo la atmósfera de mi piso, de por sí enrarecida por el humo
del tabaco, se había adaptado por completo a mi estado de postración".
Del ambiente de la calle nos llega también el desencanto y la búsqueda
de identidad en la enloquecida noche zaragozana de los fines de semana:
"Las callejuelas del Casco Viejo estaban abarrotadas y la marea de gente
parecía dispuesta a separarnos al menor descuido. Rostros desencajados,
rostros joviales, aburridos, cientos de máscaras de fin de semana
neutralizándose las unas a las otras, robándose mutuamente la identidad,
inmensa barrera que dificultaba el acceso al único rostro
imprescindible de la noche".
Brenda nos regala
excelentes páginas descriptivas y consigue envolvernos en una trama
amorosa pero cargada de sugerencias y de reflexiones vitales. Llama la
atención esa voz interior, esa segunda persona en la que se desdobla la
protagonista y que nos llega en letra cursiva como un contrapunto íntimo
de los propias emociones. A veces son exclamaciones sueltas - ¡Imbécil! -, otras, un yo interior que nos aconseja y nos invita al sosiego: Calma, Claudia. Cálmate. Sigue hablando con coherencia y que no se note que estás asustada.
Pero la novela presenta muchos más matices: la acertada descripción de
lugares conocidos de Zaragoza, el amor, el desamor, la soledad y, cómo
no, la presencia fantasmal de la muerte como una amenazante espada de
dámocles. Apenas se advierten balbuceos de una ópera prima. Tanto
su estructura como su estilo ágil y depurado denotan la madurez de una
escritora que ha destilado en su poesía lo mejor de sí misma. Una novela
que vale la pena leer y saborear.
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