martes, 4 de junio de 2013

Las bicicletas no son para El Cairo, de Emilio Ferrin.

DATOS DEL LIBRO
  • 16.0x22.0cm.
  • Nº de páginas: 274 págs.
  • Editorial: EN HUIDA EDICIONES
  • Lengua: ESPAÑOL
  • Encuadernación: Tapa dura
  • ISBN: 9788494009112
  • Año edicón: 2012
  • Plaza de edición: SEVILLA


LAS BICICLETAS NO SON PARA EL CAIRO


Debo confesar que empecé a leer Las bicicletas no son para el Cairo con recelo. Los escritores deberían ser para nosotros desconocidos entes sin rostro, anónimos tramoyistas de la palabra cuyos libros podemos abordar sin sentirnos culpables del arrobo o el desprecio que dedicamos a sus obras. En el caso de este autor, Emilio G. Ferrín, su calibre humano e intelectual -que tengo el honor de conocer desde hace ya una década- es de tal magnitud como arabista y pensador que hacía imposible un acercamiento imparcial a su obra. Así pues, la lectura de esta novela empezó entre el temor y la esperanza.


Si debiéramos poner un adjetivo a Las bicicletas.., habría que decir que es una novela fascinante. Más allá de la literatura sobre ciudades exóticas, al margen del orientalismo de la historia de un europeo perdido en el laberinto cairota, e incluso rebasando el evidente conocimiento del mundo egipcio que Emilio  Ferrín posee,  Las bicicletas no son para el Cairo despliega una sagaz maestría narrativa. Se da pues esa íntima commoción que todo lector espera: cuando la novela nos arrastra a su tumultuoso epicentro y allí nos olvidamos del autor y también de nosotros mismos, y sabemos con certeza que estamos ante buena literatura.

Las bicicletas no son para el Cairo gira básicamente en torno a dos pilares principales: La ciudad como ente inabarcable y el cuerpo como mapa del trauma individual y colectivo.

El Cairo se convierte en el epítome de la ciudad sin límites donde se cruzarán las historias de egipcios y extranjeros los días previos al estallido de la Primavera Árabe y de la multitudinaria manifestación en la plaza de Tahrir. Aunque los personajes y sus historias son interesantes por sí mismos, la verdadera líbido de la novela gira en torno a ese descubrimiento de la ciudad.  Es sintomático que el protagonista se nos presente sin nombre, le conoceremos en las primeras páginas como “el extranjero”, ya que los personajes carecen de peso frente a las vivísimas descripciones de la sístole y diástole urbana, la ciudad como un monstruoso y magnánimo corazón. Ocurre lo mismo que en el cine de Ang Lee, donde el paisaje no es sólo un escenario más o menos casual, sino que cobra un rango activo e interactúa con las figuras humanas, lo que se denomina en narratología “el animal paisajístico”.  La ubicación precisa de cada escena, la descripción de calles, olores, espacios, y texturas responde a algo más allá de un ejercicio descriptivo: la necesidad de darle a El Cairo una sólida consistencia narratológica.   

La trama arranca con una mudanza, y termina con una expatriación, símbolo del movimiento sociopolítico incesante e incontrolable que vive Egipto. La novela es rica en símbolos, y así la bicicleta como artefacto despliega un rico campo semántico: símbolo de otredad y vulnerabilidad para el protagonista en tierras cariotas,  (que es atropellado cuando la monta), pero también como símbolo sexual femenino de liberación para Nacira, la chica egipcia a la que se le niega en la infancia el derecho a montar en bicicleta por considerarse un acto indecente.

También Las bicicletas no son para el Cairo una novela de humildes victorias anónimas que son las que realmente hacen la Historia, con gestos de commovedora belleza, como la del padre egipcio que a escondidas le ofrece a su hija un teléfono móvil para que pueda hablar con su novio,  la del extranjero que no suelta la mano del niño que acaba de arrancar de las calles de la prostitución, o los comentarios de consuelo del doctor Nay al mirar las radiografías de Amina tras una agresión.

Decía Platón que las huellas en el cuerpo son las evidencias imborrables del trauma de una comunidad. Emilio Ferrín en un movimiento narrativo acertadísimo y audaz,  describirá con la  misma minuciosidad tres experiencias corporales dispares: una experiencia erótico amorosa, una violación y un episodio de prostitución infantil, todas con una indudable maestría y que acaban definiendo, -de forma más efectiva que una objetiva descripción de los hechos-, los profundos cambios que vive la sociedad árabe en estos años más recientes. El cuerpo vuelve a ser de nuevo una herramienta de manifesto sociopolítico de suma relevancia cuando Naçira se desnuda y se lanza contra los tanques que ya ocupan la plaza de Tahrir, montando la bicicleta que Fabián ha dejado atrás tras marcharse de Egipto. El cuerpo femenino se enarbola como bandera en un acto de ofrenda, de homenaje y de liberación sexual y personal, ofreciéndose a la ciudad en un acto consciente y lúcido. Aquí la novela alcanza su cenit.

Termina la narración con el viaje de repatriación a Europa de Fabián, “el extranjero” y su necesidad de contar lo vivido. Pero Las bicicletas no son para el Cairo  no es una experiencia metaliteraria o la autobiografía velada de las correrías cariotas del autor. Reconozco rasgos de Emilio Ferrín en todos los personajes, o en ninguno, pero sobre todo reconozco su absoluta fascinación por el Cairo.

Emilio Ferrín usa diferentes máscaras literarias para hacer la crónica de una ciudad que se redefine a sí misma diariamente, en una búsqueda incesante y contradictoria de libertades individuales y colectivas. En ese lúcido paseo en bicicleta bajo el cielo egipcio somos sus invitados. Todo un honor. Todo un placer.

Verónica García Moreno


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