- 16.0x22.0cm.
- Nº de páginas: 274 págs.
- Editorial: EN HUIDA EDICIONES
- Lengua: ESPAÑOL
- Encuadernación: Tapa dura
- ISBN: 9788494009112
- Año edicón: 2012
- Plaza de edición: SEVILLA
LAS BICICLETAS NO SON PARA EL CAIRO
Debo confesar que empecé a leer Las bicicletas no son para el Cairo
con recelo. Los escritores deberían ser para nosotros desconocidos
entes sin rostro, anónimos tramoyistas de la palabra cuyos libros
podemos abordar sin sentirnos culpables del arrobo o el desprecio que
dedicamos a sus obras. En el caso de este autor, Emilio G. Ferrín, su
calibre humano e intelectual -que tengo el honor de conocer desde hace
ya una década- es de tal magnitud como arabista y pensador que hacía
imposible un acercamiento imparcial a su obra. Así pues, la lectura de
esta novela empezó entre el temor y la esperanza.
Si debiéramos poner un adjetivo a Las bicicletas..,
habría que decir que es una novela fascinante. Más allá de la
literatura sobre ciudades exóticas, al margen del orientalismo de la
historia de un europeo perdido en el laberinto cairota, e incluso
rebasando el evidente conocimiento del mundo egipcio que Emilio Ferrín
posee, Las bicicletas no son para el Cairo despliega
una sagaz maestría narrativa. Se da pues esa íntima commoción que todo
lector espera: cuando la novela nos arrastra a su tumultuoso epicentro y
allí nos olvidamos del autor y también de nosotros mismos, y sabemos
con certeza que estamos ante buena literatura.
Las bicicletas no son para el Cairo
gira básicamente en torno a dos pilares principales: La ciudad como
ente inabarcable y el cuerpo como mapa del trauma individual y
colectivo.
El Cairo se convierte en el epítome de la
ciudad sin límites donde se cruzarán las historias de egipcios y
extranjeros los días previos al estallido de la Primavera Árabe y de la
multitudinaria manifestación en la plaza de Tahrir. Aunque los
personajes y sus historias son interesantes por sí mismos, la verdadera
líbido de la novela gira en torno a ese descubrimiento de la ciudad. Es
sintomático que el protagonista se nos presente sin nombre, le
conoceremos en las primeras páginas como “el extranjero”, ya que los
personajes carecen de peso frente a las vivísimas descripciones de la
sístole y diástole urbana, la ciudad como un monstruoso y magnánimo
corazón. Ocurre lo mismo que en el cine de Ang Lee, donde el paisaje no
es sólo un escenario más o menos casual, sino que cobra un rango activo e
interactúa con las figuras humanas, lo que se denomina en narratología
“el animal paisajístico”. La ubicación precisa de cada escena,
la descripción de calles, olores, espacios, y texturas responde a algo
más allá de un ejercicio descriptivo: la necesidad de darle a El Cairo
una sólida consistencia narratológica.
La trama
arranca con una mudanza, y termina con una expatriación, símbolo del
movimiento sociopolítico incesante e incontrolable que vive Egipto. La
novela es rica en símbolos, y así la bicicleta como artefacto despliega
un rico campo semántico: símbolo de otredad y vulnerabilidad para el
protagonista en tierras cariotas, (que es atropellado cuando la monta),
pero también como símbolo sexual femenino de liberación para Nacira, la
chica egipcia a la que se le niega en la infancia el derecho a montar
en bicicleta por considerarse un acto indecente.
También Las bicicletas no son para el Cairo
una novela de humildes victorias anónimas que son las que realmente
hacen la Historia, con gestos de commovedora belleza, como la del padre
egipcio que a escondidas le ofrece a su hija un teléfono móvil para que
pueda hablar con su novio, la del extranjero que no suelta la mano del
niño que acaba de arrancar de las calles de la prostitución, o los
comentarios de consuelo del doctor Nay al mirar las radiografías de
Amina tras una agresión.
Decía
Platón que las huellas en el cuerpo son las evidencias imborrables del
trauma de una comunidad. Emilio Ferrín en un movimiento narrativo
acertadísimo y audaz, describirá con la misma minuciosidad tres
experiencias corporales dispares: una experiencia erótico amorosa, una
violación y un episodio de prostitución infantil, todas con una
indudable maestría y que acaban definiendo, -de forma más efectiva que
una objetiva descripción de los hechos-, los profundos cambios que vive
la sociedad árabe en estos años más recientes. El cuerpo vuelve a ser de
nuevo una herramienta de manifesto sociopolítico de suma relevancia
cuando Naçira se desnuda y se lanza contra los tanques que ya ocupan la
plaza de Tahrir, montando la bicicleta que Fabián ha dejado atrás tras
marcharse de Egipto. El cuerpo femenino se enarbola como bandera en un
acto de ofrenda, de homenaje y de liberación sexual y personal,
ofreciéndose a la ciudad en un acto consciente y lúcido. Aquí la novela
alcanza su cenit.
Termina la narración con el viaje de repatriación a Europa de Fabián, “el extranjero” y su necesidad de contar lo vivido. Pero Las bicicletas no son para el Cairo no
es una experiencia metaliteraria o la autobiografía velada de las
correrías cariotas del autor. Reconozco rasgos de Emilio Ferrín en todos
los personajes, o en ninguno, pero sobre todo reconozco su absoluta
fascinación por el Cairo.
Emilio Ferrín usa diferentes
máscaras literarias para hacer la crónica de una ciudad que se redefine a
sí misma diariamente, en una búsqueda incesante y contradictoria de
libertades individuales y colectivas. En ese lúcido paseo en bicicleta
bajo el cielo egipcio somos sus invitados. Todo un honor. Todo un
placer.
Verónica García Moreno
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