Subtítulo: Premio Cersa de novela. Universidad de León
Autor: Javier Sachez
ISBN: 978-84-92539-44-4
Editorial: CERSA. Compañía Española de Reprografía y Servicios, S.A.
Año de publicación: 2009
Número de páginas: 221
Nota biográfica
Javier Sachez García nació en Campillo de Llerena (Badajoz) en 1970. Estudió Derecho y Trabajo Social y comenzó a escribir en el año 2003. Ha ganado varios premios literarios en las modalidades de novela (Premio Villanueva del Pardillo; Premio J.A. de Saravia; Premio ATEGUA; Premio CERSA; Premio LA SERENA; Premio CALAMONTE), relatos (Premio IFACH; Premio M.F. Quintiliano; Premio FAM de Miajadas; Premio Cristos de Calzadilla) y poesía (Premio Taramela; Premio González Castell). Ha sido colaborar en revistas de cine (“Versión Original”) y culturales (“Ensacoroto”, “Monolito”…). Igualmente, ha resultado finalista en algunos certámenes literarios como el Premio Felipe Trigo, Premio Jaén de novela, Premio Almería de novela; Premio Max Aub de cuentos, Premio Río Manzanares de novela y Premio ONUBA de novela.
Texto: Cerdos orquestales (El engendrador)
Yo parecía un capataz a mis dieciséis años, de porquero, vigilando a los cerdos para que no se mordisqueasen los testículos unos a otros. Los cerdos sólo comían y fornicaban. Comían y fornicaban una y otra vez.Comían bellotas o desperdicios o restos de burros muertos, me acuerdo perfectamente. Aquellos burros cansinos, vilipendiados, usados por décadas, vareados burros con bastón doloroso. Burros utilizados que ya no sirven para nada pero, eso sí, para ser descuartizados vivos a martillazos, a hachazos delante de aquellos cerdos que hozaban porque eran sabios. Hozzz, hozzz.Burros viejos para alimentar nuevos cerdos hambrientos. Carne de burro cortada y salpimentada como esta tierra nuestra que mantiene ese color parduzco, equino y que, al igual que los burros viejos, ha sido brutalmente despedazada. Tierras del sur español, separadas y enviadas lejos, empaquetadas en cachos humanos, hacia las suizas y las francias y las alemanias, devoradoras de trozos de tierra humana. Macerada diáspora. Burros fragmentados en sus carnes desoxigenadas, fraccionados con instrumentos cortantes de metal y madera, musicalmente, rítmicamente despedazados, delante de los cerdos orquestales que son sabios porque saben con certeza que deglutirán esa tarde, carne de burro como alimento.
Los cerdos gruñen mientras comen, al igual que gruñen cuando copulan con hembra venida de lejos y previamente encendida con métodos humanos de tendencia intrusiva.Hipólito el emigrante agarra la foto de su mujer huida y escupe con solvencia sobre ella, mientras se rasca sus llagas faciales, sus úlceras en propiedad, que han nacido en su rostro porque sí, por haberse pasado los últimos diez años, seis meses y siete días bebiendo alcohol, destilado, fermentado, preparado en frío, pisado y embalado en botella de vidrio grueso y fondo convexo. Escupe el hombre una solución viscosa y sin gracia que se adhiere al cristal de la fotografía y se derrama con velocidad constante y nula aceleración hasta el marco inferior, constituyendo finalmente un adobe líquido e indeleble que se expande longitudinalmente, como el odio que profesan los que llevan toda la vida odiando.
Texto: No bienaventurados (El engendrador):
No bienaventuradas las niñas menores de trece años.No bienaventurada Inti González en la mañana del trece de mayo por cruzar la calle principal, resplandecida de farola municipal, y adentrarse sin embargo por callejuela en forma de meandro, ayuna de luz, rica en puertas falsas, aliviadero de los que han de descargar el peso adquirido en la tasca de Andrés, dormitorio de perros que aún no han sido descoyuntados según providencialismo al uso.No bienaventurada Inti por hallar en el acerado a Tomasillo rudo, orinando en la pared exterior de la tasca, beodo y apurado de carnes, confundido bajo la noche inmensa y callada, mientras en las cristaleras del bar se adivinan cráneos y risotadas.
No bienaventurada Inti González en su timbre de voz, que tenga usted buenas noches, señor. No bienaventurada Inti González en su prisión repentina de brazos ferruginosos y aliento de metralla vívida, que hacía bailotear su flequillo azabache. No bienaventurada en su traslado a corralón sucio y tapizado de heces caninas, sin previa invitación oral. No bienaventurada en el desmantelar atropellado de sus ropitas de lana. No bienaventurada en el soportar un peso de noventa y dos kilogramos de hombre sobre un cuerpo con peso neto de veintisiete kilogramos. Por favor señor, por favor, por favor señor, por favor señor, por favor señor. No bienaventurados sus muslos fabricados de antiguo adobe cuando fueron arquitectónicamente desplazados, planificadamente sujetos, finalmente separados por gruesas manos pringosas de ládano. No bienaventurados los brazos finos que se prodigan como los brotes de una higuera indecisa, palmeando, apartando sebosos brazos e infortunio cierto.
No bienaventurados los glúteos mínimos de la muchacha, como dos manzanitas limpias de piel, apretados en firme por manos en número de dos que asemejan tenazas recién extraídas de hoguera esplendente. No bienaventurada su boca de finos labios andinos, taponada con gorra multicolor de poseedor presente y que exhala un tufo a garito cerrado, a pútrida hortaliza y a meado de perro. No bienaventurada la tez de la niña frente al rostro del hombre abordador y masticador de la lengua propia. No bienaventurados los veintisiete minutos del empeño ni las gotas de sudor del hombre, que caen sobre el abdomen de la niña como un bautizo impío. No bienaventurados los hipidos sordos de la muchacha. No bienaventurados los empujes rítmicos que acomete Tomasillo, con los ojos afilados de eslizón desprovisto. No bienaventurado dolor localizado y cortante. No bienaventurado el lastimero intercambio de fluidos, de ningún modo solicitados. No bienaventurado el delgado cuello, aprisionado por dedos gruesos y rígidos, que palpita en su escasez de oxígeno hasta que los piececitos golpetean el suelo en un despedirse último. No bienaventurado aire nocturno, preñado del olor del hombre y de las risas salpicantes del hombre aleve que se marcha, tarambana, hacia la zona iluminada por bombilla anexa.
No bienaventurada la pared lejana y recibidora de escupitajo de despecho y culminación, por parte de Tomasillo, ambulante y sin gorra, camino de la tasca, mientras masculla entre dientes.No bienaventuradas las que duermen y no han de despertar ni por el alba, ni por el chillido neurópata del gallo, ni por el golpe de las contraventanas, ni por el llanto de los críalos.No bienaventurada Inti, húmeda y derramada, como una retama olorosa y recién pisoteada en aquel corralón, del que no brotará fresca fuente ni manantial alguno.No bienaventurada Inti.
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