miércoles, 11 de abril de 2012

 
Los girasoles florecen en junio (2006) y Poemas sin orden ni concierto (2003) de Candela Vizcaíno
Diana Medina Meléndez


Con su novela Los girasoles florecen en junio (2006, Edit. Point de Lunettes) Candela Vizcaíno ha elaborado una apuesta literaria audaz en torno, por un lado, al (des)montaje de los juegos de voces narrativas y, por el otro lado, al tema sobre las apariencias y figuraciones volátiles entre los personajes y sus tramas.  

En esta hermosa novela el permanente proceso de articular/desarticular el lenguaje como herramienta última del hecho literario, alcanza también a la trama como tal. Es decir, en el juego ficcional entre las voces narrativas o la difuminación e interrogación de la autorías de esas voces y sus escritos, convergen una dolorosa pérdida amorosa escrita en un diario, un thriller de suspenso a partir de los detectives que siguen a Cecilia, y otra voz —refracción de la joven— que en su desdoblamiento intenta dar otra visión que, aparentemente, ella es incapaz de afrontar en su propia escritura. Estas tres voces y tiempos se alternan de manera tal que –muy al estilo caleidoscópico— cada mirada y voz nos ofrecen datos y percepciones que los otros parecen incapaces de ver o entender.

El diario como género de la intimidad cumple su función al uso: Cecilia logra escribir para no morir de tristeza pese a que lo único que quisiera es, precisamente, desparecer de ese mundo en el que la ausencia del amante resulta un sufrimiento perenne. Por otro lado, en clave de informes, están los e-mails que los espías escriben sobre Cecilia. No sabemos exactamente por qué la siguen, pero no deja de conmover cómo a través de estos informes, no sólo no se ofrece nada sustancial sino que en realidad desinforman y deforman en la medida en que ella se ve envuelta en una  trama equivocada: juego de dobles equívocos en las tramas y sus justificaciones. A través de estos espías sabemos y confirmamos que Cecilia no miente cuando, por ejemplo, pasa un rato sentada en el banco de la plaza o cuando camina sin mayor entusiasmo. Sin embargo, esta visión total sobre lo que ella hace se desmorona porque son pistas inútiles sobre el personaje equivocado. Pese a la gravedad de los alcances de los correos electrónicos, con facilidad pasmosa se espera que al borrarlos desaparezca el error. Como las identidades narrativas, todo se pone en cuestionamiento, en su posibilidad de no-ser.  No en vano la reflexión metadiscursiva sobre qué es un texto literario se reelabora en la medida en que los géneros presentes en la novela se debaten en sus alcances y sentidos. Parecen tan engañosos e inasibles como los personajes que los realizan o leen.

Desde este multiperspectivismo como estrategia, desde este tejido de voces y de miradas alternadas y esquivas, que deambulan en su monologuismo sobre el otro al que ven, espían o escuchan, se ofrece un horizonte de soledad absoluta, de desconocimiento y abandono del otro. El relato íntimo de Cecilia es el de su propio  aislamiento así como el de su dificultad para interactuar tal y como esperan sus anodinos compañeros de trabajo. Hipocresía, desafecto e irrespeto se cuelan por la oficina hacia un espacio íntimo femenino como la justificación del retraimiento que, pese a todo, sus compañeros insisten en llenar de prejuicios.

El planteamiento central gira en torno a la idea del calidoscopio en el que la mirada sobre el otro es siempre incompleta y paradójica. Si por un lado (d)escribir  al otro es un modo de conocerlo y, por ende, de justificar los vínculos, las pasiones o los desafectos, por el otro lado, cada mirada es incompleta, como una pieza de puzle perdida. La relación entre el hacer/rehacer la identidad alcanza al sentido mismo de los discursos ¿De qué sirve un diario cuando, al fin de cuentas, otros pueden llegar a poner en duda su autoría y su contenido? Desdibujar los principios de autoría e historia resulta la vía para hablar de personajes y contextos hipócritas y huidizos.

Si en esta novela la trama se hilvana gracias a una cuidad prosa –poética en más de una ocasión— en Poemas sin orden ni concierto (2003, Edic. de la Librería Lema), Vizcaíno seduce con una escritura cadenciosa que desvela la riqueza de la palabra y del arte ante el proceso de banalización que los valora como simples mercancías.

Su poemario es un homenaje a la poesía como un espacio sublime asediado por el paso del tiempo, la fugacidad o el olvido. Pero tanto la palabra poética como sus asedios pueden correr la misma suerte: ser mirados como objetos vulgares, normalizados, sin misterios; acaso como miran los “mercaderes diestros/ en el manejo de la mentira,/hábiles en el lucrativo negocio/ de la especulación/ con el aire,/ con la arena/ con el viento.” (I, La Invasión).

La poesía es el camino vital de búsquedas y respuestas al vacío y al aislamiento, a la modernidad ruidosa, al olvido impasible.  De este modo, los referentes de lo real –museos, ruinas, amantes, poetas- vuelven a encontrar en la escritura poética su mayor logro y refugio. De hecho, comparte con la novela las reflexiones metadiscursivas al indagarse sobre el lenguaje poético desde la misma creación poética, pero a diferencia de aquélla, en su poemario la palabra y la creación poética son estandartes de la experiencia de vida.

La sencillez de sus estrofas: “Me quedo con todas mis derrotas/ te dejo para las horas de olvido/ la memoria de las caricias gratas” (1, Orden de desahucio) o “Te han dejado por imposible/los ángeles” (5, Orden…), entre otras, permiten escuchar una voz poética elegante, bordada con imágenes tan audaces como delicadas: “te propongo/ que/ desertemos de todas estas horas/ que no saben caminar.” (Variante 1, Proposición).

En el trabajo literario de Candela Vizcaíno, en definitiva, la noción de la (falsa) identidad es crucial. A través de ella se conjugan con igual interés la reflexión y cuestionamiento sobre el acto de escribir, el juego esquivo de miradas y voces narrativas y las tramas de personajes aislados. Pese a todo, la escritura sigue siendo la mayor búsqueda que por incierta no deja de ser menos necesaria para salvaguardar, como último recodo, la identidad de la belleza de la palabra poética.

2 comentarios:

  1. Gracias Diana por tan profesional reseña. Ha sido una sorpresa muy agradable encontrarse con este trabajo de investigación casi sobre dos de mis humildes libres. Espero que hayas disfrutado con ellos y un cordial saludo desde Sevilla.

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    1. De nada, Candela. Recién me preguntaba qué habría sido de esta reseña. Me alegra que te haya gustado.
      Un fuerte abrazo.

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