lunes, 12 de marzo de 2012

En el país del Arte -Tres meses en Italia, de Vicente Blasco Ibáñez

EN EL PAÍS DEL ARTE 

Tres meses en Italia 
Vicente Blasco Ibáñez

Reseña de Francisco J. Portela

Un libro como el que tengo en mis manos, En el país del arte. Tres meses en Italia (Ediciones Evohé, en su colección El Periscopio), escrito por el autor valenciano, don Vicente Blasco Ibáñez,  merecía ser presentado a los lectores con un magistral prólogo de otra escritora valenciana, Rosa María Rodríguez Magda, actualmente directora de la Casa Museo en Valencia. Un prólogo que no tiene desperdicio en el que nos habla del Blasco viajero, que no turista,  y de todo lo que nos vamos a encontrar en esta joya del género narrativo de viajes.

 
Decía Aristóteles que el arte no consiste en representar las cosas sino la esencia de las cosas. Y esta es, precisamente, la diferencia entre un turista y un viajero. El turista lo que suele hacer es representar las cosas haciendo muchas fotografías de los lugares que acude a visitar pero el viajero lo que hace es darnos a conocer lo que es imposible fotografiar de un sitio, relatándonos todo lo que ve con la mirada atenta de su corazón.

 Unas veces los viajes de Blasco Ibáñez fueron forzados por motivos políticos, pero otras el autor valenciano lo hizo para documentarse para sus novelas o para darnos su visión como novelista en un periplo que duraría seis meses, tiempo durante el cual recorrería una serie de países  en su obra La vuelta al mundo de un novelista.

 Este viaje al país transalpino lo hizo cuando tenía tan solo diecinueve años. En este caso, los motivos eran políticos. Era el mes de marzo del año 1886. Un grupo de notables decide convocar una manifestación en  Valencia “en nombre del honor nacional” en repulsa “por los ataques de que ha sido objeto la nación española por parte del senado americano”. La manifestación se deniega pero la multitud acude a la plaza de toros valenciana, en donde se pensaba realizar un mitin, también prohibido. Se producen graves altercados y se declara el estado de guerra. Los firmantes de la solicitud son detenidos, entre ellos el autor de este libro. Logra escapar tras su detención y encarcelamiento, emprende su huída y llega en barco hasta Génova. Sus artículos sobre el viaje italiano irán llegando al diario El Pueblo, donde seguirán publicándose las crónicas que finalmente compondrían este libro.

Vicente Blasco Ibáñez (Valencia, 1867-Menton, Francia, 1928), abogado, político, escritor y viajero incansable. Se distingue por sus ideas republicanas, que divulga en editoriales y periódicos, muchos de ellos creados por él mismo, como El Pueblo en 1984. Por esta militancia es perseguido durante múltiples ocasiones. Sus grandes novels regionales se recrean en TVE y se convierten en lecturas recomendadas en escuelas e institutos. Escritor cuya obra es reconocida internacionalmente y se postula como premio Nobel. Las más populares son Arrroz y Tartana (1984), Cañas y Barro (1902), La barraca (1898) y Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1916), sobre la Primera Guerra Mundial, que se convierte en el libro más vendido en Estados Unidos en 1919.

El relato comienza cómo no, recordando la grandiosidad del Mediterráneo, su mar. Mar que lo conduciría hasta el puerto de Génova, inicio de su recorrido viajero por Italia. “Es el Mediterráneo el mar de los recuerdos. Las mismas aguas que nos mecen son por las que se abrieron las naves fenicias que llevaron la civilización y la vida al Occidente europeo.”  Recuerdos que el viajero nos va rememorando mientras navega por las aguas del Mare Nostrum. Mar por el que surcaron sus aguas las poderosas escuadras de cartagineses, de romanos o de griegos y que hizo grande a la corona de Aragón.

Como si de su amigo el pintor Joaquín Sorolla se tratase, nos va describiendo, con extraordinaria precisión y certeras pinceladas, los colores y olores de todo lo que su vista y su memoria alcanza en su recorrido por las ciudades emblemáticas de Italia. Precisión  propia de quien ejerce su oficio con soltura.

 Desde los mármoles de Génova, ciudad de contrastes, donde vemos fastuosos palacios y míseros callejones, a la Nápoles del dolce far niente, de los napolitanos que les gusta llevar una vida relajada y ociosa; la ciudad que de día es un avispero  que se agita con ruidoso zumbido y de noche se convierte en una eterna serenata. Desde las ciudades de Milán —con su plaza del Duomo, la hermosa catedral y el teatro Scala—y Turín —la ciudad del poeta del socialismo, Edmondo de Amicis— la verdadera cuna de la unidad nacional, a Roma, sin más industria que la explotación del viajero, donde en parte alguna se siente la grandeza de la Ciudad Eterna como en las ruinas del Foro: allí se alzaban majestuosas las grandes construcciones dedicadas al culto, a la justicia y al poder político del pueblo; en Roma también está el Coliseo, un circo gigantesco donde cabían holgadamente ochenta y siete mil espectadores, el circo del “pan y espectáculo”. Es la Roma donde también nos encontramos con la capital del mundo católico, con el Vaticano, el palacio más grande de cuantos existen en el mundo, al que se accede por entre los suizos que montan la guardia, y en donde nos encontramos la capilla Sixtina, la biblioteca o las logias. El Vaticano, donde dejaron su huella artistas como Rafael y Miguel Ángel.

Blasco Ibáñez nos lleva también a Pisa, donde está el Palacio de los Caballeros de San Esteban, la Catedral, cuyas naves laterales recuerdan la mezquita de Córdoba, donde admira la famosa torre inclinada;  Pompeya, la ciudad resucitada, la ciudad que Bulwer-Lytton inmortalizó en su novela Los últimos días de Pompeya. Florencia, la cuna del Renacimiento, la Atenas de Italia, la ciudad del gran Medici y su corte de sabios, el palacio de los Uficci. Venecia, la reina de las lagunas, un lugar de ensueño, la plaza de San Marcos, las góndolas que se mecen flotando en el Gran Canal, esperando a los turistas. Asís, la ciudad de San Francisco, la ciudad en la que damos un inmenso salto a la Edad Media, en donde abundan más los palacios antiguos que las casas modernas y en donde entre su población abundan más los  curas y frailes que los laicos.

Son 271 páginas que merecen la pena leerlas escritas por una de las mejores plumas que dio nuestro país, reconocido internacionalmente. Un joven escritor republicano, reconocido admirador de Garibaldi pero también de Umberto de Saboya, que tuvo que huir a Italia y decidió recorrerla durante tres meses pero sin dejar de pensar en lo que ocurría en su tierra, en Valencia, hasta que le dicen que puede regresar.

2 comentarios:

  1. Hola.
    Una reseña magnífica para un libro increíble.
    Gracias.
    Saludos cordiales.

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  2. Gracias, Aurea. La verdad es que el libro merece la pena. Saludos.

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