lunes, 30 de enero de 2012

Santuario, de William Faulkner

Título original: Sanctuary
Editorial: Alfaguara
Año publicación: 1931
Traducción por: José Luis López Muñoz
Temas: Narrativa


La vida es un camino sin retorno - William Faulkner
23/11/11

Reseña de José Luís Fernández Gancedo.

Si los cohetes Hellfire disparados por los helicópteros Apache penetran hasta el corazón de los escondrijos de los talibanes acompañados de «El ruido y la furia», la novela «Santuario» entro en mis dominios junto a Marta&María y un puñado de euros.

Si el puñado de euros fue «La paga de los soldados» con la que este soldado sin guerra se costeo la búsqueda de la felicidad en el fondo de unas cuantas botellas de cerveza, la novela fue una excelente excusa para robar horas al sueño durante las primeras noches de lo que amenaza con ser un largo y frío invierno.

Horace Benbow, un juez retirado e incapaz de mantenerse impasible ante la injusticia decide ejercer como abogado defensor en el juicio contra Lee Goodwin, un contrabandista de alcohol cuyo violento pasado ha provocado que sea acusado injustamente de un crimen que no ha cometido: el asesinato de un deficiente mental y la brutal violación de una joven, un acto este que según el fiscal merece que el reo acabe en una hoguera alimentada con gasolina y no el patíbulo donde le espera la “misericordiosa” horca.

Esta novela con trasfondo judicial, sirvió a William Faulkner (Premio Nobel de Literatura 1950) para hacer un crudo retrato de la condición humana, y de paso le hizo merecedor de un gran éxito tanto de ventas como de critica.

Yoknapatawpha County - estado ficticio en el que se ambienta la novela - sirve al de New Albany (Mississippi) para mostrar la desgarradora situación social (miseria, violencia, etc.) de los estados sureños.

La tristeza que embargaba a aquellos cuyas oraciones a Dios eran ignoradas tiene su reflejo en las canciones que estos escuchan: baladas de melodías tan simples como sus letras, en las que se hablaba de desgracias, de recompensas y de arrepentimientos, cantadas por voces descarnadas, lúgubres, ásperas y tristes, que atronaban el aire, desde los muebles gramófonos o los altavoces de superficie rugosa, por encima de los rostros extasiados y las manos encallecidas de lentos movimientos, conformadas desde tiempo inmemorial a las imperiosas exigencias de la tierra.

Por encima de la trama cabe destacar el paisaje humano: Horace Benbow, Ruby, Temple Drake y Popeye.

Horace Benbow, un hombre que suma fracasos profesionales y personales y que siente en sus carnes las fauces de la derrota cada vez que piensa en el tiempo que he gastado en no aprender a hacer cosas, se gana nuestra admiración por su integro comportamiento.

Es Horace – un tipo que obra bien únicamente porque sabe que la armonía de las cosas exige que se haga – lo opuesto a todos los hombres que conoció Ruby – esposa de Goodwin – una mujer acostumbrada a tratar con “desinteresados buenos samaritanos” que le exigen que se abra de piernas para recompensarles por a sacar a “su hombre” de la trena o por darle algo de comer para su hijo, una criatura que esta más muerta que viva y cuya cuna es una caja de madera, lo único capaz de evitar que acabe siendo presa de las ratas.

La dura vida de Ruby – jalonada de palizas a manos del hombre por el que se desvive y al que ama con todas sus fuerzas – contrasta con la de Temple Drake, una caprichosa jovencita criada entre algodones y demasiado digna como para relacionarse con gente tan vulgar como Ruby, la cual le hará un retrato demoledor de las de su clase: Sé muy bien de qué pie cojean ustedes, las mujeres decentes. Demasiado dignas para relacionarse con la gente vulgar. Se escapa por la noche con esos muchachitos, pero ya veremos lo que sucede cuando aparezca un hombre. Usted se lleva todo lo que puede sin dar nada a cambio. «Soy una chica decente; yo no hago eso.» Se escapa con los chicos, les gasta la gasolina y hace que la inviten a comer, pero basta que la mire un hombre para, que se desmaye porque quizá no le gustara a su padre el juez ni a sus cuatro hermanos. Pero cuando se ve en un aprieto, ¿a quién viene llorando a pedir ayuda? A nosotros, los que no somos dignos de atarle los zapatos al juez.

Sobrevolando sobre la vida de todos ellos esta Popeye un sádico gánster con un desprecio absoluto por el sufrimiento ajeno y cuya vida esta marcada por una terrible infancia durante la que padeció una grave enfermedad por culpa de la cual, además de ser un hombre incompleto incapacitado para surcar un cuerpo de mujer, esta condenado a morir si recurre al alcohol ya sea para brindar por las pocas victorias que le permite la vida o para aplacar el dolor que le dejan las derrotas.

En resumen, una extraordinaria novela a través de cuyos personajes comprobamos que la vida es un camino sin retorno y que muchas veces las vivencias pasadas tarde o temprano nos acaban condenando.

Ante tal tesitura, a pesar de que hay cosas que jamás podremos cambiar, nos queda la esperanza que supone saber que aún queda un trecho del camino durante el cual tendremos la oportunidad de mejorar.

No te preocupes por ser mejor que tus contemporáneos o predecesores. Intenta ser mejor que tú mismo - William Faulkner

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