jueves, 24 de noviembre de 2011

Relato corto: El Jefe

EL JEFE

Voy deambulando con mi perrito por el monte que está frente a la avenida dels Paisös Catalans, en el barrio de San Pedro y San pablo. Es de noche y apenas hay luz en esta parte del descampado. El camino de tierra serpentea hasta un pequeño altozano plagado de pinos piñoneros. Mi perrito corre de un lugar a otro, olisqueando la hierba y marcando su territorio como si fuera un lobo. Las luces del barrio a mi espalda se asemejan a una lejana galaxia desde esta loma que es el monte de La Oliva.
Mi entrañable can se escabulle detrás de un enorme gato que abulta más que él, no es cuestión de dejarle solo ante el felino, si decide girarse y atacar, mi fiel amigo está perdido. Silbo para llamar su atención, pero Nemo, mi perrito, no parece escucharme, así que me obliga a apretar el paso y adentrarme entre la maleza. Resoplo cansado, mi avanzada edad no perdona y yo no estoy para estos trotes. La próxima vez se aguantará pero no pienso soltarle la correa.
Mientras le persigo, unas voces a mi derecha provocan que me detenga de sopetón. Aparto las ramas de un arbusto y entre las sombras de la noche distingo a tres personas que parece se encuentran en medio de una acalorada discusión. Uno de ellos tiene las manos ligadas a la espalda mientras otro le sacude un tremendo puñetazo en la boca del estómago que provoca que se doble sobre sí mismo.
A escasos metros, unas ramas se agitan de forma inquietante, lo que induce a que se me encoja el corazón. Es Nemo, mi perrito, que aparece de entre la espesura triunfante con un viejo muñeco en la boca. Le agarro por el cuello y le pongo la correa, ahora ya no te escaparás más, truhán. 
Las voces me obligan a que centre mi atención nuevamente en los tres individuos. Uno de ellos parece que esgrime una navaja. La luna le arranca, a su afilada y larga hoja de acero, destellos en la noche que hielan la sangre. El de las manos ligadas al dorso se encuentra de rodillas mientras sufre los golpes y los insultos del de la navaja y el tercero permanece impasible con los brazos cruzados. Sin que surja un solo sonido de mi garganta, observo cómo le clava el arma en el cuello y en el pecho. El individuo cae de bruces sobre la hierba mientras Nemo se altera y empieza a ladrar como un loco. Los dos hombres giran la cabeza hasta dar con mi posición detrás de los arbustos.
Prestos se dirigen hacia mí mientras Nemo consigue librarse de la cadena que aferraba mi mano y surge corriendo hacia los individuos, meneando alegremente la rabadilla. 
Veo que el de la navaja agarra a mi perrito y lo toma entre sus brazos, cuando llegan a mi altura uno de ellos parece sonreírme, y me señala con el mentón el cuerpo inerte del individuo que reposa a escasos metros.
—Jefe, se me fue la mano, pero ese cabrón no volverá a estafarle.
Me entrega a mi perrito y una bolsa repleta de billetes de 500 Euros. Asiento complacido y sin decir nada, abandono el lugar.
Quería ver con mis propios ojos cómo daban matarile a ese cerdo.

   Autor Amando Lacueva
   © Obra registrada 2011
                Reservados todos los derechos.

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