miércoles, 30 de noviembre de 2011

Relato corto, El espejo

EL ESPEJO

Siempre que me observo ante un espejo me digo que esa cara no es la mía. Lo sé, es algo absurdo, pero es como si la imagen que refleja el maldito espejo no fuera yo. Soy detective privado y hace unas semanas recibí un encargo de un cliente anónimo. En el sobre con las instrucciones había una fotografía de la persona que tenía que encontrar y 3000 €, así que no hice preguntas y me puse a buscar al sujeto. La primera vez que vi esa fotografía me entró un escalofrío por todo el cuerpo. Miré atentamente sus ojos, unos ojos de asesino que no me resultaban nada extraños.
Mis averiguaciones me llevaron hasta Tarragona. Todo apuntaba a que el tipo se había instalado por un periodo de casi dos meses en el hotel de la ciudad que da al mirador, ese que es conocido popularmente como el balcón del Mediterráneo. 
Me instalo en la misma habitación que tiempo atrás había ocupado el tipo que intentaba encontrar. Es como si yo ya hubiera estado en ese lugar, la sensación que me embargaba es indescriptible.
Mis pesquisas me llevaron hacia una clínica de cirugía estética ubicada en las Ramblas. Sobornando a la secretaria supe que había sido intervenido hacía un año, pero no pude averiguar mucho más, solo que parece ser que una vez dado de alta agarró un vehículo de alquiler y tuvo un accidente. El accidente me ha conducido hasta el hospital Juan XXIII de la ciudad. He tenido que untar a varias personas para hacerme con una copia del historial clínico. Estuvo en coma quince días y desapareció del hospital sin dejar rastro.
Estoy como al principio. Desde la habitación del hotel llamo a mi secretaria para que indague sobre los últimos datos que he logrado averiguar, pero necesito que ella se cuele en el ordenador de la oficina y me los aclare. Cuando finaliza mi encargo me envía un mensaje al móvil. Leo el mensaje por octava vez. No puede ser cierto lo que estoy leyendo en la pequeña pantalla de mi aparato telefónico.
Escucho un ruido sordo. Alguien está intentando abrir la puerta de mi habitación, creyendo que se trata del servicio de habitaciones voceo desde el cuarto de baño que está ocupado. Cuando surjo del mismo me encuentro con tres individuos que me encañonan con sus armas.
Uno de ellos acopla un silenciador y se me aproxima, me mete el cañón en la boca mientras los otros dos le muestran el mensaje de mi móvil y unas notas con mis pesquisas que se encontraban encima de la cama. Después de leerlas sonríe sardónicamente y me dice:
—Veo que te has encontrado. No espero que recuerdes por qué andamos tras tus pasos, aunque reconozco que nos jodiste y que nos lo pusiste bastante difícil, pero deberías suponer que no íbamos a descansar hasta dar contigo. ¿Dónde están las piedras? —Me grita colérico.
Yo le miro con temor, todavía tiene su cañón hundido en mi boca. Lo conozco, los recuerdos me asaltan a oleadas, es mi propio hermano quien me encañona. Le señalo el cuarto de baño. Los otros dos tipos arrancan de cuajo el wáter. Uno de ellos introduce la mano hasta el codo el en sifón del desagüe y consigue un paquete. Lo desenvuelve y muestra su contenido. Diamantes, diamantes como almendras. Me quedo atontado, ignoro cómo pude saber que eso estaba allí.
Los otros dos abandonan la habitación con su botín. Mi hermano se gira hacia mí y me dice que no ha podido hacer nada por salvarme.
En el interior de la habitación se escucha un leve petardeo, y luego el sonido de la puerta cuando el tipo la cierra tras él.


    Autor Amando Lacuev
    © Obra registrada 2011
    Reservados todos los derechos.

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