miércoles, 26 de octubre de 2011

Relato: Soy Inocente.

SOY INOCENTE

Soy inocente, aunque pueda sonar vacío. Dicen que todos los reos abogan por su inocencia. Ignoro qué puedo hacer para persuadiros. Mi letrado me ha dejado tirado después de la sentencia, dice que apelar es una pérdida de tiempo dadas las abrumadoras pruebas que existen en mi contra, sin embargo yo, peno por un crimen que no he cometido. Todos saben que estaba enamorado de Vicente. Solo hacía dos años que vivíamos juntos, y han sido los años más felices de mi vida.
Vicente y yo tuvimos que lidiar contra viento y marea para que nuestra unión fuera admitida por nuestras familias. Emerger del armario y decirle a tu madre que te vas a vivir con un tío, es algo que resulta arduo de digerir para una mujer entrada en años y chapada a la antigua. A los tres meses de vivir con él le regalé un precioso colgante con una enorme turquesa que perteneció a mi abuela. Mi madre me lo reprochó mil veces, pero era mío, mi difunta anciana deseaba que lo tuviera yo, ella sí me entendía, y yo, preferí que lo luciera mi pareja.
Lástima que con lo del asesinato se perdiera, lo busqué por todas partes, pero no apareció. El ladrón que acabó con su vida mientras yo me encontraba en Madrid, lo robó. El inspector que llevó la pesquisa se equivocó conmigo, no se tragó que me hallara en Madrid. Lo cierto es que fui a buscar empleo, pero la secretaria se confundió de día. Era fiesta y las oficinas estaban cerradas. Fui con mi vehículo particular, un viaje rápido, ida y vuelta en el mismo día. Nadie pudo corroborar mi coartada y yo tampoco poseía comprobantes, ni de autopistas, pues fui por la general, ni de ningún motel.
Ese inspector, ese tal Lloberas la tomó conmigo. Era su único sospechoso, y naturalmente el apartamento estaba colmado de mis huellas dactilares. No forzaron la cerradura, cosa que incluso me extraña a mí mismo, por lo que intuyo que pudo ser alguien que Vicente conociera muy bien. El picapleitos que me toco en el turno de oficio fue una calamidad y de esa forma terminé con mis simientes en esta húmeda y horrible celda de la prisión de Tarragona.
Por desgracia, solo viene a visitarme mi madre, y no siempre. Mi padre no desea saber nada de mí y mucho menos la familia de Vicente.
Lola, mi madre, se encuentra en la sala de visitas, sentada en una mesa apartada, se que tiene vergüenza por lo sucedido y que le cuesta venir a verme. Hoy la encuentro muy guapa, con esa escarcela que lleva puesta para ocultar en parte su cara. Ese vestido azul que tanto me gusta y que armoniza con el color de sus ojos y ese bolso que utiliza como complemento a juego con el colgante de la enorme turquesa que luce tan espléndidamente. 
Creo que la sangre se me ha parado de golpe. Vuelvo a mirar el colgante que luce mi madre. No tengo duda alguna, es el que me regaló mi abuela. Ella me sonríe inocentemente pero pronto cambia el semblante y me espeta:
—¿Por qué me miras con esa cara? Este colgante perteneció a mi madre. Jamás tuviste que regalárselo a ese maricón de mierda.
Con una increíble tranquilidad y sangre fría, se alza de la silla y desaparece por la portezuela, simplemente, no puedo creerlo.

Autor Amando Lacueva
                  © Obra registrada 2011
                  Reservados todos los derechos.

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