lunes, 19 de septiembre de 2011

Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago


Título original: Ensaio Sobre a Cegueira

Editorial: Alfaguara
Año publicación: 1995
Traducción por: Basilio Losada Castro

Reseña de José Luis Fernández Gancedo

Ojos que ven, corazón y alma que se estremecen
14/08/11
Con motivo de la extraordinaria vista comercial que ha demostrado EL PAÍS con la promoción BIBLIOTECA SARAMAGO mi biblioteca ha tenido el inmenso honor de acoger en su seno a “Ensayo sobre la ceguera”, uno de los títulos mas laureados de José Saramago, ese sabio mago de las letras portuguesas que recientemente nos dejo, justo ahora que necesitamos más que nunca un faro moral que nos ilumine en estos duros tiempos en los que las hogueras que arden en las calles de Londres arrojan luz sobre el trayecto hacía el corazón de las tinieblas que Occidente ha empezado a recorrer.
Un hombre parado ante un semáforo en rojo se queda ciego súbitamente. Es el primer caso de una «ceguera blanca» que poco a poco se expande de manera fulminante. A raíz de tal circunstancia, los afectados por el mal que vela sus ojos con un manto de leche son internados en cuarentena o abandonados a su suerte en las calles de ciudades que poco a poco se convierten en lo más parecido al Infierno de Dante.

A través de los “ojos sanos” de una mujer, la esposa de un oftalmólogo – el médico más innecesario en esos momentos – el de Azihnaga describe el paulatino deterioro de la condición humana y como el miedo, el hambre y los más primitivos instintos rebajan a hombres racionales a la condición de bestias irracionales.

Como suele suceder cuando una catástrofe natural nos recuerda que no somos los reyes del Mambo y que no somos tan diferentes de las criaturas sobre las que estamos en la escala evolutiva, en mitad del caos desatado por la “ceguera blanca” saldrán a relucir los comportamientos más nobles y más mezquinos de los que es capaz la condición humana.

Los buenos y los malos resultados de nuestros dichos y obras se van distribuyendo, se supone que de forma bastante equilibrada y uniforme, por todos los días del futuro, incluyendo aquellos, infinitos, en los que ya no estaremos aquí para poder comprobarlo, para congratularnos o pare pedir perdón, hay quien dice que eso es la inmortalidad de la que tanto se habla.

El mundo caritativo y pintoresco de los cieguitos en el que los desconocidos se convertían en aliados para apoyarse mutuamente durante el tortuoso camino a través de las tinieblas, poco a poco deja paso al reino duro, cruel e implacable de los ciegos, un reino en el que las mujeres se convierten en la moneda utilizada para pagar a los que a cambio de saciar sus apetencias sexuales entregaban un poco de comida a los desdichados que aún creían que el pan se parte con las manos pero se reparte con el corazón.

Consciente de que por muy duras que sean las circunstancias hay fronteras que jamás deberían cruzarse, un viejo que se haya próximo al final de su camino vital será el encargado de imponer la línea de vida a seguir por los que aún no han perdido toda la humanidad que albergaba su corazón.

Si no somos capaces de vivir enteramente como personas, hagamos lo posible para no vivir enteramente como animales.

En estos tiempos en los nos hemos convertido en esclavos de las nuevas tecnologías y hemos olvidado la importancia del factor humano, este libro nos hace ver lo equivocados que estamos.

Es defecto de la civilización, nos habituamos a la comodidad del agua canalizada, llevada a domicilio, y olvidamos que, para que tal cosa suceda, tiene que haber gente que abra y cierre las válvulas de distribución, estaciones elevadoras que necesitan energía eléctrica, computadoras para regular los débitos y administrar las reservas, y para todo faltan ojos.

Sin duda alguna nos hayamos ante un libro que debería ser de obligada lectura, no solo por la exquisitez de su prosa si no por el sabio mensaje que lanza, un mensaje que nos obliga a mirar de frente a lo que somos para hacernos ver que nunca jamás deberíamos hacer el camino cerrando los ojos ante las desgracias e injusticias que nos rodean, “eso” que en lugar de llevarnos a refugiarnos en la comodidad que implica “mirar para otro lado” debería impulsarnos a rescatar la ética del amor y la solidaridad.

No se si habrá futuro, de lo que ahora se trata es de cómo vamos a vivir este presente. Sin futuro, el presente no sirve de nada, es como si no existiese. Puede que La Humanidad acabe consiguiendo vivir sin ojos, pero entonces dejará de ser La Humanidad, el resultado, a la vista esta, ¿quién de nosotros sigue considerándose tan humano como creía ser antes?

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