martes, 27 de septiembre de 2011

El Sicario.

EL SICARIO



Deambulábamos por la Rambla después de surgir del Moto Club. La ronda se encontraba atestada de gente, no en vano eran las festividades de San Magín y pese al calor, todo el mundo había decidido salir a la calle valiéndose del ocaso y de la leve brisa marina para asistir a los múltiples festejos que el consistorio había preparado en la celebración de la fiesta del patrón de la ciudad.

Mi novia me apretó la mano y con su preciosa barbilla me señaló un tipo a nuestras espaldas que nos seguía los pasos. Me volví con disimulo y pude ver un hombre ataviado con bermudas, gafas de sol y una gorra chillona que cubría su cráneo rapado. Sin duda, el madero de las narices, ese tal Pedro Lloberas, o cómo diablos quiera llamarse.

Dicen que cuando se produce una muerte violenta, la pasma hurga en primer lugar entre los familiares y conocidos, y puedo deciros que es totalmente cierto. Mi novia había perdido a su padre hacía escasamente una semana. Hallaron su cuerpo cosido a balazos dentro de su automóvil, en el parking de su casa. Merche, mi novia, sigue como ausente ante la pérdida de su padre y al postre, sufre los constantes interrogatorios a los que le somete ese mal nacido, y ahora la pobre cree que la sigue por toda la ciudad.

Merche se dio media vuelta con intención de encararse al madero y enviarlo a la porra:

—Me tiene harta de que me siga a todas horas. No lo aguanto más —Estalló a voz en grito dirigiéndose a mí, pero no pudo evitar que el madero escuchara sus palabras.

El tipo sonrió en la distancia, se descubrió la testa mostrando su cráneo rapado y tuvo la desfachatez de inclinarla a modo de saludo.

—Pasada la fiesta le pediré a mi madre que hable con nuestros abogados, no aguanto más a ese madero. ¡Que se pudra y me deje vivir tranquila!

Le pase el brazo por encima de los hombros, la atraje hacia mí y la consolé con un ardiente beso. Ella se estremeció entre mis brazos y rompió a llorar. Era un sollozo silencioso, profundo, un llanto de esos que desgarra el alma. Tenía que estar cerca de ella para que no desfalleciera. Ella y su padre estaban tremendamente unidos y creo que necesita de todo mi apoyo y cariño para superarlo.

El madero continuaba a poca distancia, lanzando miradas furtivas y disimulando entre el gentío que atestaba la travesía. Mientras abrazaba a mi novia nuestras miradas se cruzaron. Él me retó con su mirada mientras volvía a encasquetarse la ridícula gorra. Sin que ella pudiera observarlo, me apuntó con su dedo índice y al instante, junto y alzó sus muñecas, como si en ambas tuviera unas esposas. Le ví mover los labios, musitando algo parecido a: Te atraparé, luego me dio la sensación que escupió al suelo embaldosado, se dio la vuelta y despareció entre la muchedumbre.

Lo que mi novia ignora es que ese madero no va tras sus pasos, si no tras los mío. Mi nombre es Arturo Reina, y soy un sicario. Cuando recibí el encargo de darle el pasaporte a mi futuro suegro, no dudé un instante. Ignoro qué cuentas pendientes tenía con la organización, no es asunto mío. Yo no hago preguntas, solo ejecuto las órdenes que me dan, por eso me pagan y por eso me consideran uno de los mejores en mi profesión. Fui totalmente cuidadoso con las huellas y la cámara de vigilancia del parking, ignoro por qué la pasma me sigue. Seguro que es para intimidarme, por si cometo algún error, pero ese tipo no me conoce.

Mi novia, cuánto la amo. Lástima que en mi trabajo no pueda hacer distinciones.


             Autor Amando Lacueva
             © Obra registrada 2011
             Reservados todos los derechos.

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