jueves, 15 de septiembre de 2011

El perro de Dios, de Patrick Bard


Nº páginas: 480 pags

Lengua: CASTELLANO

Encuadernación: Tapa blanda

ISBN: 9788425344084

Nº Edición:1ª

Año de edición:2010

Plaza edición: BARCELONA

Reseña de José Luis Fernández Gancedo


Regreso a las praderas de Gévaudan

5/06/11

El 22 de Octubre de 2.001, atrévase la puerta de la sala de los cines YELMO donde había asistido a la proyección de “El pacto de los lobos” consciente de que había visto una de las mejores películas de la historia del cine.

Y es que jamás me cansaré de ver esa cinta que, a parte de brillar por su impecable factura técnica, destaca por su “atrevida” visión del mito de “La Bestia de Gévaudan”, sus espectaculares escenas de acción y una historia aliñada con unos toques de romanticismo que dejan bien a las claras que solo los encantos de una mujer pueden conseguir que la bestia interior que todos los hombres llevamos dentro se convierta en un cordero.

Unas cuantas miles de lunas llenas después, el lobo solitario que esto escribe, una tarde de Julio de 2010 – coincidiendo con el día en el que los compatriotas del afortunado esposo de Carla Bruni rendían tributo a “los miserables” que al grito de “Liberté, Egalité, Fraternité” tomaron La Bastilla – en el arenal de la Playa de La Arbeyal que, al grito “Que alegría, que alboroto, ha salido el perrito piloto”, había sido conquistado por “Paco Ignacio Taibo II y sus cuates” tuvo el inmenso placer de asistir a una interesante charla a cargo de Patrick Bard, periodista y escritor francés que había llegado a la ciudad para presentar “El perro de Dios”, novela en la que da su particular visión del mito de “La Bestia de Gévaudan”, la cual causo 157 víctimas entre 1764-1767 .

Roma 1798: A raíz de la caída de Italia en manos de las tropas napoleónicas, ante el temor de que estas se entreguen al pillaje y a la destrucción de todo lo que hallen a su paso, el sacerdote francés Antonin Fages, junto a otros archiveros de la Biblioteca del Vaticano, pone en marcha una arriesgada misión que tiene por objeto salvar los libros prohibidos que llenan las estanterías del mencionado recinto del saber.

Durante una de sus “misiones de rescate” la curiosidad hará que Fages se apodere de "Siài lo Calamitat del bon Dieu" un documento cuya lectura le llevará hasta lo más profundo del corazón de las tinieblas, hasta las entrañas de la mente enfermiza de Hughues François Du Villaret de Mazan, un sádico que afirma ser “La Bestia” y cuyos execrables actos dan sentido a la certera frase de Thomas Hobbes: “Homo homini lupus” (El hombre es un lobo para el hombre).

Partiendo de tal premisa, a lo largo de 484 páginas, Bard – dando rienda suelta a su vena periodística – presenta desde dos ópticas bien distintas los ataques de “La Bestia” contra mujeres y niños.

Por un lado – a través del diario de Du Villaret de Mazan – muestra como este con cada una de sus viles acciones se adentra un poco más en los siniestros parajes de su mente, allí donde llega a hallar justificación para sus injustificables tropelías: “Soy perro, soy lobo, soy sangre, y no me han sometido ni me someterán, ni hoy ni mañana, porque soy el instrumento del Todopoderoso”.

Como contrapunto a los anteriormente mencionado, nos muestra el sufrimiento de los campesinos que moraban esa tierra de penurias que eran las praderas de Gévaudan, y que - al ver como las enfermedades, el hambre y La Bestia se lanzaban sobre ellos como una jauría de lobos hambrientos sobre un rebaño de corderos - alzaban la vista al cielo y se preguntaban: “Señor, ¿tan graves han sido nuestros pecados?

No obstante si hay que destacar algo de esta novela es el brillante fresco histórico que rodea todo lo anteriormente mencionado.

Como si fuera uno de los “paparazzos” del “Hola”, Bard se cuela en los suntuosos palacios de Versalles para mostrar la desvergüenza de la burguesía, de aquellos que se rodeaban de lujos y hacían de su vida un culto al hedonismo y a “la frivolite” mientras, a pocos kilómetros de allí, en las frías tierras tomadas por las impías tropas de “El General Invierno” cada día los campesinos cavaban profundas fosas para enterrar a sus pequeños, a las pobres criaturas que demasiado pronto habían descubierto que La Vida puede ser tan cruel como un mustélido.

Cabe destacar también el lamentable comportamiento de La Iglesia, esa santa casa que no dudaba en afirmar que La Bestia era el "azote enviado por Dios para castigar a los hombres por sus pecados", circunstancia esta que llevo a que los miserables fieles tuviesen que oír de sus párrocos el "Mandamiento del Obispo de Mende" : "Armaré contra vosotros los dientes de bestias feroces. Si no ejecutáis todos mis mandamientos, pronto os castigaré con la indigencia. Haré que el cielo sea para vosotros como hierro y que la tierra sea como bronce, todas vuestras obras serán inútiles. La tierra ya no producirá más granos, ni los árboles frutos…”

En fin, una novela que a parte de sobrecogernos con la salvaje belleza de sus párrafos hace que comprendamos a los que al grito de “Van a rodar cabezas” se rebelaron contra la opresión.

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