miércoles, 6 de abril de 2011

He jugado con lobos, de Gabriel Janer Manila

Título: He jugado con lobos

Autor: Gabriel Janer Manila
Editorial: La Galera
Colección: Bridge
Lugar y año de edición: Barcelona, 2010
Número de páginas: 168 p.
Precio: 13,95 euros
Contra el olvido: “He jugado con lobos” de Gabriel Janer Manilla. 
(Barcelona, Editorial Bridge/ La Galera, 2010).

Diana Medina Meléndez

Contarnos, relatarnos, intentar conjugar las palabras para dilucidar quiénes somos, de dónde venimos o cuál es el sentido de nuestra vida, son los pilares de la novela He jugado con lobos del escritor mallorquín Gabriel Janer Manilla (1940). A partir de una historia real, el autor ha reconstruido desde la ficción el testimonio oral de Marcos Rodríguez Pantoja, quien -diez años después de su rescate- contó su vida durante los trece años (1952-1965) en los que sobrevivió abandonado en las montañas de Sierra Morena (Córdoba).

El protagonista de la historia relata de manera lineal y en orden cronológico, los hechos relacionados con su infancia, su familia, su venta al “señor de las cabras”  por parte de su padre y su vida casi en solitario en medio de la montaña.  Lejos de un ajuste de cuentas, el narrador borda rápidamente el tejido de los sinsabores de la infancia y los timos de la posterior vida en “civilización” para desplegar con intensidad, delicadeza y ensoñación cómo subsistió como pastor de cabras, sin otras herramientas que viejos cuchillos, recuerdos de su padre trabajando o ingeniosidad extrema.   Asimismo, detalla con entusiasmo la aventura del proceso de sobrevivir ya no sólo en medio de un paisaje natural desconocido y peligroso, sino sobre todo, a pesar de las adversidades y carencias afectivas que, en definitiva, fueron las causas del abandono.

Tres líneas argumentales se distinguen en esta hermosa novela en torno a la vida de Marcos. Huérfano de madre, maltratado por la madrastra y vendido a un hacendado, este personaje escondenado a vivir como un esclavo. En la montaña, conoce al cabrero anterior, ya viejo, que un día desaparece sin dejar rastro, no sin antes haberse asegurado de dejar al chico algunas nociones y herramientas básicas para su sustento y el cuidado de la mercancía. La mayor parte del testimonio, entonces, gira en torno a la intrepidez, la inteligencia y la fuerza de resistencia del ser humano en las condiciones más adversas: desde la nevada más terrible hasta el dolor de la soledad. El personaje relata, además, cómo terminó siendo parte indispensable de la naturaleza. Sus amigos fueron los lobos, la culebra, los pájaros; sus alimentos, los de sus amigos. Progresivamente, sabremos de su ingenio para cazar su comida, su intuición para atisbar en la agresividad de los lobos una medida de protección ante sus crías, o de su rechazo al hacendado por llevarse a las cabras que criaba y nunca más volvía a ver.

La segunda historia es una que -como la naturaleza- cubre la experiencia de Marcos pero de la que, y a diferencia de aquélla, debe defenderse. Me refiero a la historia y reflexión sobre la vileza humana que lo rodeó.  Antes de enjuiciar, Marcos comprende con dolor la falta de escrúpulos del entorno “civilizado”. Y no deja de preguntarse cómo y por qué el ser humano (su padre, sus “amigos” su “amo”) engaña y abandona a los más indefensos.  En esta historia, el hacendado sabía de la vida de Marcos, había pagado por ella, y sacaba de su “abandono” el mayor provecho posible.  En este sentido, y antes de que Marcos descubra que es mejor estar junto a los lobos que con los hombres, el lector tiene ocasión de leer entrelíneas un relato de injusticia y crueldad social.

La tercera y última historia conmovedora se basa en el sentido mismo de la reconstrucción de la identidad a partir de las palabras. Marcos, el personaje, ha sido capaz de contar su vida, como narrador de la novela (porque al Marcos real habría que leerlo como en su momento hizo el escritor en su tesis doctoral), sólo en la medida en que luego de haber sido rescatado pudo aprender a colocarle nombre a todo lo que le ocurrió, le rodeó o encantó. En otras palabras, todo lo que vamos leyendo como recreación novelada de la historia real de Marcos supone un viaje a la maravillosa geografía de las palabras del personaje que funcionan como conquista última en la identidad de tan entrañable narrador.

En este sentido, no es de extrañar que el testimonio literario empiece con la identidad como norte: “Nunca he sido un lobo.  (…) A veces me habría gustado ser un lobo; andar como los lobos…”.  Si por un lado, estamos ante un texto de recuperación de una historia de sobrevivencia como parte de un entorno acogedor (la naturaleza y sus animales), por el otro, está el hecho de que para definir luego la identidad propia hubo que tomar distancia de esa afinidad con el otro (lobo), que pese a todo, fue la que le permitió mantenerse vivo tanto tiempo.  Por momentos, M.R. no quiere ser hombre, como su padre que lo abandona y lo vende como jamás lo haría ningún animal de la montaña.  Pero tampoco puede ser un lobo, y lo sabe, por mucho que haya convivido con ellos, los haya cuidado y alimentado.  En este paisaje emocional y zigzagueante se sostiene, entonces, el sentido último de este relato: saber quién se es, de dónde se viene y hacia dónde se va.

Finalmente, se ha dudado de la verosimilitud de algunos de los pasajes que Marcos contó (su amistadcon la culebra, por ejemplo), y parece que el territorio de la ficción protege la “excesiva imaginación” del Marcos persona. Sin embargo, hay un hecho innegable, M.R. sobrevivió trece años en estado semisalvaje, viviendo en una cueva mientras se alimentaba de frutos, animales y ramas. Entonces, lo cautivador de este relato es cómo esa vida se ilumina, también, con la imaginación. Lo primordial es la capacidad de sobrevivir a la realidad en condiciones infrahumanas, y para ello la imaginación es consustancial a ese esfuerzo vital.  Si bien no deja de ser inquietante leer cómo el abandono, el engaño y el peligro provienen del ser humano, no es menos cierto que en la novela no se pretende juzgar esta situación así como tampoco idealizar el mundo natural. Es, ante todo, una narración que revitaliza el recuerdo y la memoria como lugares para recuperar la identidad. Contra el olvido y por la vida, entonces, mejor narrarse con valentía, amor propio e imaginación.


2 comentarios:

  1. Clara y útil reseña de Jugando con lobos, a ver si para Sant Jordi la tenemos para leer.

    Cheers, Pedro Gomis

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  2. Me encantó esta historia. Muy buena reseña!
    Molt bè.

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