jueves, 2 de diciembre de 2010

LA PUTA DE BABILONIA, de Fernando Vallejo


EAN: 9789703703265
Editorial: PLANETA
ISBN: 9703703267
Edición: 1ª
Formato: RUSTICO
Año: 2007
No. de páginas: 320
Idioma: ESPAÑOL
País: MEXICO

Por Juan Ignacio Prola.

Leo “La puta de Babilonia”, de Fernando Vallejo. Es interesante y, hasta donde yo sé (que no es mucho), suena original eso de que Cristo no tuvo realidad histórica, o mejor dicho, Jesús, porque al negar a Dios (aunque lo escribe con mayúsculas) necesariamente tiene que negarle su condición de Hijo de Dios, lo que no existe no puede tener hijos. La tesis tiene un innegable encanto estético.
Ahora bien, estas tres negaciones, (de Dios, de Cristo y de la historicidad de Jesús) provocan el efecto de elevar la cuestión al rango de mito. Vallejo enfrenta esta mutación haciendo un trabajo de arqueólogo y archivista. Encuentra los antecedentes más remotos del mito cristiano en las religiones del Oriente próximo, y en las leyendas, creencias y ritos de sus dioses y héroes, como por ejemplo, Mitra, Krishna o Zaratustra. Y desempolva los expedientes más vergonzosos del Vaticano escondidos en los oscuros rincones de la perversidad romana.
Creo que el autor, ganado por el desprecio que siente hacia la fe católica, pierde por momentos la compostura de su estilo y cae en un tono un poco chabacano, a mi juicio innecesariamente. La pasión hace que incurra en el error de postular lo mismo que refuta, malogrando argumentos que dichos de otra forma tendrían mejor efecto. En otras palabras, hay pasajes en los que el autor olvida que la iglesia católica (la católica y cualquier otra) no deja de ser más que una secta de fanáticos. En consecuencia termina identificando la iglesia con Dios, que es lo que pretende negar a lo largo de todo el libro. En este punto creo que se equivoca: hay tantos dioses como iglesias y el de los católicos es sólo uno de ellos. Cada iglesia crea a su dios a su imagen y semejanza, de manera que si nos corremos un sólo milímetro de la definición de Dios que hace la iglesia (y, en definitiva, definir a Dios es el sentido de su existencia), el dios de los católicos (como el de cualquier otra religión) queda aniquilado en la nada. Esto, me parece, es el principio básico por el que funciona el fundamentalismo: sólo mi religión (que lo creó) puede decir qué es dios, en consecuencia, dios no se puede comunicar más que conmigo; ergo, mi palabra es la verdad revelada.
He marcado una debilidad en el estilo de Vallejo, justo es que destaque su principal fortaleza: uno tiene tendencia a creerle, siente que el libro está escrito con una honradez fabulosa. A mí me pareció un libro absolutamente sincero, de una heroicidad conmovedora. Percibí la enormidad de la tarea que había encarado el autor, lo desigual de su lucha, y la alegría con que la enfrentaba.
A mí me resulta muy difícil rebatir el argumento de los múltiples escritores de los evangelios. Borges, que todo lo sabe, dice en alguna parte que el Antiguo Testamento es obra de varios autores. Si el cristianismo viene de una tradición judía que inventó a Moisés y le atribuyó la redacción del Pentateuco, cuya multiplicidad de autores es tán evidente, ¿por qué no puede lo mismo con Jesús y los evangelios? La ubicación de la época en la que fueron escritos (o “armados”) entre los siglos II y III de nuestra era; las contradicciones de los cuatro evangelios entre sí y las internas de cada uno con sí mismo (aunque en algunos caso un tanto forzadas); la negación de la realidad histórica de los evangelistas (si Jesús no existió entonces tampoco tuvo doce discípulos) entre otros argumentos, hacen que el lector acepte con facilidad la tesis de que en su redacción intervinieron varios autores.
No estoy seguro de hasta dónde se justifica estéticamente el sustituir siempre el nombre de la iglesia católica por “la puta”. En ciertos pasajes queda bien, pero en otros es sobreabundante. Hay argumentos de calidad que pierden eficacia por la utilización reiterada de este recurso.
La cosa se pone linda cuando se encarniza contra Mahoma. Aunque justas, algunas de sus razones contra él parecen hechas por un cura. Por ejemplo: llamarlo “máquina de matar y fornicar”, deja al final cierto regusto cristiano. No me pareció justo, en cambio, que le achaque a Mahoma que sus seguidores se dedican hoy a estrellar aviones contra edificios; para ser justo debió apuntar también que los descendientes de los puritanos (al fin de cuentas, una secta cristiana) tiraron dos bombas atómicas y redujeron Afganistan a escombros, entre otras sutilezas.
Una digresión. Pienso que Estados Unidos busca, como excusa para amenazar a Corea y a Irán, la posibilidad que tenga armamento nuclear. Su aparato propagandístico ha instalado que, tratándose de países de suma volatilidad política, cualquier cambio de esquema de poder permitirá a un demente tipo Hitler llegar al poder y usar una de esas armas de destrucción masiva. Curioso como hemos comprado esta justificación. Al desmembrarse la Unión Soviética, muchos países que recuperaron su independencia quedaron con armamento nuclear en su poder. Hasta ahora, que yo sepa, nadie lo ha usado. La India posee armas de destrucción masiva y es mucho más volatil políticamente que Iran, pero, salvo algunas manifestaciones mediáticas para cubrir las apariencias, nadie dice nada porque ha sido incorporada al sistema capitalista. Pero lo más extraordinario de todo es que hasta ahora los únicos que tienen y han usado armamento nuclear contra la población civil han sido los norteameticanos, justamente los que nos previenen contra los demás. Vuelvo al libro.
Vallejo sostiene que Cristo es una entelequia, que no existió y que la iglesia de Roma cimentó todo su dominio aberrante sobre occidente de los últimos dos milenios sobre un personaje inventado. Cristo tiene entonces la misma realidad que Hamlet o el Quijote. Acepto las razones de Vallejo, logró convencerme, comparto sus pensamientos, creo que Jesús carece de realidad histórica, pero, me pregunto, ¿no será ésta su mayor fortaleza? ¿No estará en esa irrealidad el gran poder de “la puta”? ¿No será esta de no haber existido su mayor virtud? ¿No lo hará más fuerte, presente y actual justamente esta condición de entelequia? Esta palabra significa “realidad plena alcanzada por algo”. Quizá sea justamente esta irrealidad que, llevada a su máximo de referencia, se vuelva más real que lo real. Porque, como dijo Baudrillard, lo real nunca le importó a nadie. Digo, si Jesús no existió, entonces Cristo puede asumir muchas formas distintas, se puede convertir en un ser ubicuo (lo que conviene a su condición de Dios). Así, cada generación puede consituirlo a su imagen y semenjanza, permitiéndole sobrevivir durante dos mil años. Este es un ejemplo del efecto boomerang que logra al dejarse llevar por el desprecio que siente.
No estoy de acuerdo con el autor cuando en la página 196 declara a la homosexualidad un signo del progreso, como la máquina vapor y el tren. No estoy de acuerdo en primer lugar, porque descreo de la idea de progreso; en segundo lugar, en ese orden de ideas, lo que me parece un avance (si tomamos la palabra como sinónimo de progreso) es el ejercicio de la libertad sexual.
Refutar las encíclicas es acaso la tarea más sencilla que encara el autor, las encíclicas son mala literatura y mala filosofía, bien podría haber prescidido de abordarlas. La única justificación, y también su mayor mérito, es el efecto que logra a través de ese tono escandalizado usado para desnudar sus falsedades. Vallejo no puede ocultar el desprecio que siente hacia todo lo católico, y en particular contra sus principales pontífices. Lo lleva hasta un punto adonde es difícil seguirlo, el de lamentar que Ali Agca fallara en su intento. Creo que aquí se equivoca, queda demasado al borde convertirse en lo que critica.
Para terminar, La Puta de Babilonia es un libro entretenido, bien escrito, cuya lectura recomiendo, en particular a los curas.

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