Lengua: CASTELLANO
Encuadernación: Tapa dura
ISBN: 9788420648545
Colección: ALIANZA LITERARIA
Nº Edición:1ª
Año de edición:2006
Plaza edición: MADRID
Reseña de Jose Luís Fernández Gancedo
A Dios rezando y con la espada destripando
8/08/10
El 24 de Julio de 2008. “La Cruz de Occidente” tuvo el honor de ser el primer libro al que le dedique unas líneas en mi espacio de divulgación.
En estos días en los que la lectura de La Sagrada Biblia no ha conseguido darme la paz espiritual que tanto anhelo, he vuelto a sumergirme en la lectura de la mencionada novela, novela que abarca aquellos oscuros tiempos en los que en nombre de Dios y de Ala los hombres se entregaron a una orgia de sangre y muerte.
De la mano del noble Bernard de Thorenc, seremos testigos de los enfrentamientos entre musulmanes y cristianos, católicos y hugonotes...
En los baños de Argel, Bernard será testigo de la maldad de Dragut el Cruel, un cristianos convertido al Islam que tomando como excusa a Ala dará rienda suelta a sus más bajos instintos poniendo en práctica sádicos métodos de tortura.
Será allí, donde Bernard sufrirá el mayor de sus suplicios al descubrir que su amada, Mathilde de Mons, guiada por el instinto de supervivencia, se convierte en la preferida de Dragut, haciendo que el sádico chacal que tortura sin piedad se comporte ante ella como un corderillo.
“Mathilde de Mons, una bruja y una puta renegada que se merecía arder en el fuego purificador de la hoguera. Llegado a ese punto no pude reprimir los sollozos que pugnaban por salir de mi garganta. Era todo lo que había sentido por ella desde el primer día en el que la había visto y hasta esta última noche; era toda la esperanza y toda la desesperación que había sufrido, todos los sueños que ella me había inspirado, mis consuelos, que se transformaban en lagrimas y lamentos”
Una vez libre, tras haber sido testigo de la crueldad de los infieles, Bernard comprobará a su pesar como los que luchan en nombre de Dios también utilizaban a este para dar rienda suelta a sus instintos asesinos.
“Los soldados de Cristo combaten confiados en las batallas del Señor, sin temor alguno a pecar por ponerse en peligro de muerte y por matar al enemigo. Para ellos, morir o matar por Cristo no implica criminalidad alguna y reporta una gran gloria. Muriendo sirven a Cristo, y matando, Cristo mismo se les entrega como premio. No hay que mostrar ninguna piedad por herejes ni infieles. Unos rehusaban la comunión y la santa misa, los otros profanaban la tumba de Cristo o convertían nuestras catedrales en mezquitas”
En la corte del católico Felipe II, Bernard de Thorenc descubrirá el verdadero rostro de aquellos que bajo una mascara de hipocresía afirmaban ser hombres temerosos de Dios
“Pensaba, señor, que iba a empuñar mi espada contra vuestros enemigos, a vuestro servicio, y día tras día descubría la maraña de intrigas, envidias, celos, corrupción y fornicación que constituye el gobierno de los hombres”
Al servicio de Felipe II, durante la Batalla de San Quintín en la que se enfrentaron los Tercio españoles contra las tropas de Enrique II de Francia, Bernard certificará como la fe y la religión, cuando son utilizadas como odres llenos de pasión, pueden volver locos a los hombres
“Pensé en lo que había visto en el curso de la batalla. No precisamente en los caballeros, ni en los soldados de infantería caídos en combate luchando unos contra otros, sino en los miles de cuerpos destrozados, mutilados, destripados, que yacían en sus casas saqueadas, hombres mayores y mujeres jóvenes entregadas a esas bestias con casco. Y en tantos otros que se reunirían con ellos cuando la ciudad de San Quintín fuese conquistada. Era lo habitual. ¿Dónde estaba el Bien y donde estaba el Mal?. Nuestros lansquenetes cristianos ¿en que se diferenciaban de los jenízaros musulmanes?”
“¡Caballeros, hermanos en Cristo, juremos ante Dios Nuestro Señor defender cada piedra de nuestra isla, convertirla en el infierno de los infieles, dar comienzo aquí a la gran batalla y celebrar la primera victoria que nos conducirá hasta la tumba de Cristo!”
Con esta arenga lanzada por Jean de La Velette, Gran Maestre de la Orden de Malta, durante el Sitio de Malta (1565), Bernard de Thorenc y los suyos disputarán a los turcos el dudoso honor de ser los más crueles en el combate.
Mientras los jenízaros turcos abrían en canal a los prisioneros cristianos y tras clavarlos en tablas los lanzaban al mar para que las olas los llevasen como “macabra advertencia” a los cristianos que aún resistían en la fortaleza de San Telmo, estos últimos por su parte decapitaban a los prisioneros turcos y utilizaban las cabezas cercenadas como balas de cañón.
El asesinato en masa de miles hugonotes a manos de los católicos durante La Noche de San Bartolomé, aquella noche del 24 de agosto de 1572 en la que al sonar las campanas de la iglesia de Saint Germain l´Auxerrois los hombres mataron como si talaran un bosque, será la prueba definitiva para Bernard de que tanto él como sus contemporaneos habían tenido por nodriza a Satán.
Con el vicio nuestras madres han alumbrado y cuando nos concebían, concebían el
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