jueves, 19 de mayo de 2011

Príncipe y mendigo, de Mark Twain

Título: Príncipe y Mendigo


Autor: Mark Twain

Reseña escrita por Fernando Pineda


Los Estados Unidos consolidaron la causa de su Independencia aproximadamente allá por 1783, desde entonces y hasta la primera mitad del siglo XIX, la literatura norteamericana pretendió escindir los lazos que la habían hermanado a la de Inglaterra. Pero aunque su temática empezó a ser la del nuevo país en formación, continuó siendo influida por el romanticismo, tendencia entonces imperante en la metrópoli. Sólo después del descubrimiento de oro en California, las obras empiezan a alejarse definitivamente del romanticismo, la literatura se hace realista. A primera vista, podría creerse que "El príncipe y el mendigo" es una novela histórica.
Su espacio se sitúa a mediados del siglo XVI, en la corte de Enrique VIII y en las calles de Londres. El propio autor, quien es el narrador en la obra, ha dicho que ésta es "una historia que durante generaciones se ha transmitido oralmente de padres a hijos". Pero no hay tal. Los hechos relatados jamás ocurrieron en Inglaterra, aunque están tratados en forma realista. Cuando empiezan a apartarse del romanticismo, los escritores norteamericanos iniciaron la búsqueda de la identidad de su país. Pronto entendió entonces, que detrás de la epopeya colonizadora había graves problemas sociales y raciales, enormes injusticias, formidables diferencias entre pobres y ricos. Mark Twain ya había plasmado esto, a su manera, en sus dos célebres personajes: Tom Sawyer y Huckleberry Finn.

 Otros escritores norteamericanos también lo habían hecho. Enriqueta Beecher, con "La cabaña del tío Tom" (1852), había sensibilizado a la opinión pública a favor de los derechos civiles de los negros. Y Henry Thoreau, en su novela "John Brown" (1859), revelaba cómo un esclavo negro proveía de armas a sus congéneres de raza y combatía contra los plantadores de algodón sureños. En "El príncipe y el mendigo" Twain recurriría nuevamente a dos niños para poner de relieve las injusticias sociales y el salvajismo de las leyes impuestas por los poderosos. Justamente, en un mismo día nacen dos niños; uno, el príncipe Eduardo Tudor, el primogénito vehementemente esperado de Enrique VIII; el otro, un niño desventurado que nadie anhelaba: Tom Canty. Justamente este último, inmerso en la más impiadosa pobreza, fantaseó durante años con príncipes, hadas y castillos embrujados.

 Tanto, que, a pesar de su orfandad , se las componía para jugar a que era un príncipe, convirtiendo a los miembros de su tropa en caballeros y cortesanos. Una eventualidad hace que Eduardo Tudor —quien a su vez fantaseaba con liberarse del protocolo de la corte—se encuentre casualmente con Tom. Ambos niños resuelven, siguiendo los lineamientos de un juego imaginado por ellos, intercambiar sus roles durante todo un día. Pero los hechos se desencadenaron de tal modo que nunca lograron recobrar sus verdaderas identidades. Esta situación llevó a que el príncipe conociera todas las ofensas, salvajadas e iniquidades a que estaban subordinados sus vasallos. Y que Tom, a su vez, conozca la falta de libertad que sufren los poderosos y su imposibilidad para gobernar con justicia. La obra tiene dos protagonistas, y se desarrolla en dos historias paralelas, marcando un singular contrapunto. Uno es Tom Canty, el niño pobre, y el otro Eduardo Tudor (que históricamente reinaría como Eduardo VI, entre 1537 y 1553).Ambos niños físicamente iguales, y aún, pese a su desigual educación, tenían los mismos valores morales: eran justos, leales, nobles. Simbolizaban el pensamiento de Mark Twain en el sentido de que todo niño es puro.
Algunos escritores han llevado una vida tan aventurada que, forzosamente, acumularon una colosal cantidad de experiencias y ello se refleja en un vastísimo conocimiento del ser humano y del mundo, el cual, a su vez, se vuelve incuestionable en sus obras. A Samuel Langhorne Clemens, más conocido por el seudónimo que le haría famoso, Mark Twain (Florida, Missouri, 1835-1910), excepcional periodista y escritor que, previamente, había ejercido diversos oficios, entre los que es preciso destacar el de piloto fluvial por el río Mississipi, debido a que –con cierta simplificación- se acostumbra a considerársele el narrador por excelencia de la vida a orillas de justamente el Mississipi El príncipe y el mendigo, publicada en 1882 y que, bajo la forma de novela histórica, satiriza el mundo de las apariencias con extremada elocuencia y  también con singular dialéctica muestra el conflicto entre lo real y lo verosímil. Allá por 1547, dos niños, el príncipe Eduardo y el plebeyo Tom, físicamente idénticos, deciden intercambiar sus papeles, como quedó dicho; sin embargo, al cabo de un tiempo, ya cansados del juego, decidieron revelar la verdad.

 Cuando Tom contó la historia en la Corte, todos creyeron en que el príncipe había enloquecido y no resultó mucho más sencillo para Eduardo. Sólo la existencia de un anillo en poder del verdadero príncipe hará que los obstinados cortesanos comprendan la verdad.. Príncipe y Mendigo se trata de un amenizado relato que, trata de hacernos ver lo viable que resulta mentir y engañar en determinadas situaciones –hacer que la gente crea lo verosímil- y lo difícil que es exponer la verdad cuando, ciertamente, no es creíble, es decir, carece de toda verosimilitud. Todo ello a través de la prolija prosa ágil y amena de Twain, que siempre nos deja alguna enseñanza en sus obras. No es fortuito que las obras del gran escritor norteamericano hayan sido leídas y sigan siéndolo en todo el mundo y que, en su tiempo, el autor fuera considerado el novelista estadounidense por excelencia. 


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