La gran aventura del Reino de Asturias.
José Javier Esparza
La esfera de los libros
Precio: 24,00€
Páginas: 504
ISBN: 978-84-9734-887-4
Fecha: 3 noviembre 09
Reseña de José Luís Fernández Gancedo
Guerreros de antaño
6/10/10
Allá por la década de los 90, cuando quedaba para jugar al baloncesto con los colegas del insti estos acudían a la cita con la certeza de que, cogiera donde cogiera el balón, en lugar de pasárselo a un compañero optaría por lanzar “pedradas” capaces de hacer temblar el tablero, y posteriormente, finalizado el encuentro, les haría la pregunta: ¿Leyó alguien la columna de Esparza?.
Veinte años después, merced a La novela “La gran aventura del Reino de Asturias”, ha vuelto a entrar en mi vida el periodista cuyas criticas televisivas publicadas en EL COMERCIO eran lectura obligada para mí.
Centrándonos en la novela que nos ocupa y nos preocupa, cabe destacar que se trata de una obra muy amena durante la cual somos testigos de los acontecimientos que dieron lugar al inicio de la Reconquista, y, al fin y a la postre, a la creación de esa nación que para algunos, mil años después, aún es un “concepto” discutible y discutido.
A lo largo de 480 paginas, separando la grana del trigo, la leyenda de los hechos reales y desmarcándose de la línea un tanto patriotera según la cual los buenos (cristianos) eran muy buenos y los malos (moros) eran muy malos -, Esparza, a galope tendido nos lleva hasta las montañas y praderas donde se libraron encarnizados combates entre moros y cristianos, y hasta los palacios donde los reyes y califas urdían maniobras políticas, maniobras en las que alguna que otra vez se cumplía la máxima “la política hace extraños compañeros de cama” tal como atestiguan las alianzas que más de una vez se establecieron entre señores feudales cristianos y califas musulmanes.
Lejos de lo que se podría pensar, los moros no llegaron a Hispania como invasores si no como “fuerzas de choque invitadas” por Don Julián, fiel servidor del fallecido rey Witiza, que con los bereberes comandados por Táriq Ibn Ziyad confiaba aniquilar a las huestes del rey Don Rodrigo y hacerse con el poder.
La victoria lograda en la Batalla del Guadalete (711) por las tropas mercenarias y los witizianos, acabo siendo para estos últimos una derrota y el principio del fin para el Reino de los visigodos puesto que Tarik y los suyos, en lugar de volver a sus cuarteles, decidieron establecerse en Hispania, un país que en cuestión de meses cayo bajo dominio musulmán.
A parte de Pelayo y los astures que pasaron a los anales de nuestra historia por una batalla que para los cristianos fue un canto a la épica y al coraje, y para los moros una refriega sin excesiva historia, en el Reino de Asturias hubo hombres brillantes como Alfonso II El Casto, el cual, entre otras cosas instauro la Cruz de los Ángeles como estandarte del Reino de Asturias.
Este don permanezca en honra de Dios, siendo recibido agradablemente; ofrécelo el humilde siervo de Cristo Alfonso. Con esta señal el bueno es defendido; con esta señal es vencido el enemigo. Quien quiera que presumiere quitármelo, sea muerto con rayo del cielo, sino cuando mi libre voluntad lo ofrezca.
El mencionado rey, en el año 794, demostró sus habilidades como estratega en la batalla del rio Pigueña, batalla en la que al mando de una tropa en clara inferioridad numérica logro derrotar a las huestes de Abd al-Malik, las cuales habían arrasado Oviedo y años atrás masacrado en Narbona y Tolosa, nada más y nada menos que al todopoderoso ejercito de Carlomagno.
A parte de lo mencionado anteriormente, Alfonso II fue uno de los primeros europeístas tal como demuestra la alianza que estableció con Carlomagno con objeto de derrotar a los ejércitos que llevaban media Luna en su estandarte.
En el año 796 seremos testigos de cómo en el califato de Córdoba, el personal se le subleva a Al – Hakam I, el cual sometió a la ciudad de Toledo gracias al “buen hacer” de Amorroz y sus verdugos, los cuales durante la llamada Jornada del Foso pasaron a cuchillo a más de quinientos nobles toledanos que se oponían al notable incremento de la presión fiscal por parte del nuevo califa.
Como no podía ser menos, en el Reino de Asturias también hubo conspiraciones contra Alfonso II, el cual llego a ser secuestrado y encerrado en el Monasterio de Ablaña (Mieres), lugar del que sería rescatado por los Fidelis Regis (Caballeros del Rey) comandados por Teudano. Como castigo al intento de “golpe de Estado”, a Nepociano, instigador del mismo, le arrancaron los ojos con un hierro ardiente dando así fe de que en aquellos años el salvajismo no era monopolio de los que rezaban a Ala.
En resumen, una extraordinaria obra plagada de épicos pasajes históricos que nos ayudan a conocer un poco mejor esa proeza que fue la Reconquista y que comenzó en Covadonga aquella mañana del año 722 en la que, según cuenta la leyenda, se desato una tormenta de acero durante la cual las nubes quisieron ser piedras para ayudar a aquellos hombres que con la espada en la mano y las ansias de libertad en su corazón lucharon por su Santa Tierra.
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