lunes, 18 de octubre de 2010

DOKTOR FAUSTUS, de Thomas Mann


Lengua: CASTELLANO
Encuadernación: Tapa blanda
ISBN: 9788435018449
Colección: POCKET
Nº Edición:8ª
Año de edición:2010
Plaza edición: BARCELONA



Reseña de José Luis Fernández Gancedo


Simpatía por El Diablo
Uno de los recuerdos más gratos de mi niñez son aquellas tardes de verano en las que, aunque hubiera un holocausto nuclear o similar, raudo y veloz me atrincheraba ante la mal llamada “caja tonta” para ver “Corrupción en Miami”, esa mítica e irrepetible serie policiaca, producida por Michael Mann, la cual a parte de marcar época con la música instrumental sintetizada obra de Jan Hammer nos enseño que ser un tipo duro como James ‘Sonny’ Crockett (Don Johnson) no estaba reñido con la elegancia y el buen gusto a la hora de combinar trajes de Armani blancos con atrevidas camisas floreadas.
Ha querido la vida y el destino que sea otro miembro de la saga de los Mann, novela “Doktor Faustus” mediante, el encargado de dar algo de sentido a mis tardes de verano más recientes.
Thomas Mann, dando fe de su exquisita prosa y tomando como base el inmortal mito de Fausto, da voz a Serenus Zeitblom, doctor en filosofía, para que relate la vida y tragedia de su amigo Adrian Leverkühn, un compositor de opera cuya obsesión por lograr la más bella de las creaciones musicales le lleva a rubricar un pacto con El Diablo, un pacto cuya gestación es descrita por Leverkühn cuando, consciente de que ha tocado a su fin el tiempo comprado con su alma, decide compartir con los suyos la desesperación espiritual que le ha reportado alcanzar el éxito profesional.
«Así pues, bondadosos y queridos hermanos y hermanas, me conduje yo, y la nigromancia, la carmina, la encantación y el beneficio, cuantas ciencias pueden ser designadas con nombres y palabras semejantes, fueron objeto de mi solicita atención. Pronto entre también con Aquel en contacto, con el desastrado, la carroña humana. Larga conversación tuve con él en una sala del mundo meridional, durante la cual muchas cosas hubo de decirme sobre El Infierno, su carácter, su fundamento y su sustancia. Me vendió tiempo también. Veinticuatro años incalculables, y por este periodo me dio la palabra y promesa de avivar el avivar el fuego bajo la caldera, para que pudiera hacer grandes cosas y ser capaz de crear, a despecho de mi inteligencia y de mi ironía, que me hacían el trabajo difícil. Nada de eso habría de importar. Sentiría, eso si, ya durante ese periodo, dolores cual si me acuchillaran, como los que sufría sus piernas la pequeña sirena, la llamada Hyphialta, mi hermana y dulce novia. Él fue quién la llevo a mi cama y me la dio por hembra y esposa, y yo empecé a cortejarla y a estar más enamorado de ella cada día, ya viniera a mí con su cola de pez o con sus piernas.»
A través de la figura de Serenus Zeitblom, Thomas Mann - además de describir el descenso a los infiernos de Leverkühn - desarrolla un profundo análisis del alma de la sociedad alemana de finales de la primera mitad del siglo XX, una sociedad en la que, sin excesiva oposición, poco a poco fueron calando los “cantos de sirena” del fascismo.
«Desgraciadamente, todo parece indicar que las cosas van a tomar tal o cual camino. En consecuencia hemos de denunciar el peligro que amenaza y hacer lo que este en nuestra mano para evitarlo.» En lugar de lo cual decían: «Lo que viene, viene, y, cuando llegue, nos encontrará a la altura de las circunstancias. Es muy interesante, y muy divertido a la vez, darse cuenta de lo que viene – muy interesante, y también, por el solo hecho de que se trata del porvenir, una cosa buena en sí misma. No nos corresponde, por añadidura, oponernos a lo que viene»
El autor de “La montaña mágica”, - a parte de dejar claro que la demencia y la tragedia personal son el precio a pagar por los que osan pactar con El Diablo -, expone con gran dolor como su querida Alemania se gano el desprecio del mundo entero a raíz de la locura colectiva a la que se dejo arrastrar.
Mientras tanto, un general venido de allende los mares impone a los habitantes de Weimar la obligación de desfilar ante los crematorios del vecino campo de concentración y declara - ¿quién se atreverá a decir injustamente? – que la responsabilidad de aquellos crímenes ahora descubiertos alcanza también a los ciudadanos que se ocupaban de sus quehaceres bajo todas las apariencias de la honorabilidad y no trataban de averiguar nada a pesar de que el viento había de traer hasta sus narices el hedor de la carne humana quemada.
Alemania entonces enrojecidas las mejillas por la orgía de sus deleznables triunfos, iba camino de conquistar el mundo, en virtud del tratado que firmara con su sangre y que trataba de cumplir. Hoy se derrumba, acorralada por mil demonios, un ojo tapado con la mano, el otro fijo en la impecable sucesión de las catástrofes. ¿Cuándo alcanzará el fondo del abismo? ¿Cuándo, de la extrema desesperación, surgirá el milagro, más fuerte que la fe, que le devuelva la luz de la esperanza? Un hombre solitario cruza sus manos y dice: «¡Amigo mío, patria mía, que Dios se apiade de vuestras pobres almas!» 

No hay comentarios:

Publicar un comentario