lunes, 26 de julio de 2010

La mandrágora de Hans Heinz Ewers




Título: La mandrágora

Autor: Hans Heinz Ewers
Editorial: Valdemar
Páginas: 448 páginas
Idioma: Español
ISBN: 8477024979 ISBN-13: 9788477024972
(2005)



Reseña nº 22, certamen de Reseñas Literarias (valora la reseña)



La perdición de los hombres11/08/09



Según cuenta la leyenda, los ahorcados en el momento justo de su muerte, tenían una última erección y eyaculaban, cayendo su simiente en la tierra en la que estaba instalado el cadalso.

Como si de un acto del Maligno se tratase, allí donde la tierra recibía el semen del condenado germinaba una extraña planta, de nombre Mandrágora, que al ser arrancada emitía unos ensordecedores y estremecedores chillidos.

La Mandrágora, cuya siniestra morfología se asemejaba a la de un hombrecillo, en la supersticiosa Europa, era muy apreciada por los hechiceros y demás amantes de las ciencias oscuras, debido a los grandes poderes que se le atribuían, tales como ser un excelente antídoto contra la desgracia, la pobreza y los embrujamientos.

Partiendo de tal premisa, Hans Heinz Ewers, al que se le vinculaba con las corrientes ocultistas de los Rosacruces, público en 1911 la novela “La Mandrágora”, novela que con el paso de los años paso a ser considerada como una de las obras cumbres de la literatura gótica, y es que aquellos que osen oler el perfume de tan “mágica” planta, se encontrarán con Alraune, uno de los personajes más seductores a la par que siniestros de la literatura contemporánea.

El aristócrata Frank Braun, atraído por las bondades que cuentan sobre la Mandrágora, convence al profesor Ten Brinken para que haga realidad sus más oscuros y siniestros pensamientos, esos pensamientos que pasan por crear una mandrágora con cuerpo y alma de mujer de cuerpo mortal.

Embarcados en tan demencial trama seremos testigos de cómo la viciosa prostituta Alma Raune, mujer voluptuosa de largos cabellos rojos como la sangre y pechos blancos como la nieve, es inseminada por el “semen póstumo” de un carbonero que perdió la cabeza, guillotina mediante, por ser un asesino a ojos de la Justicia.

Alraune, la engendrada en el vientre de Alma, demostrará ya desde su más tierna infancia que es una criatura sin alma, capaz de llevar a cabo los mayores actos de maldad, y a la vez de seducir y conquistar los corazones de aquellos que son victimas de sus siniestros instintos.

La atracción que sienten por ella sus compañeras de colegio, las mismas que palidecen de terror ante su mera presencia, se tornara en deseo sexual, en el caso de los hombres, al alcanzar la joven la pubertad.

Uno a uno, todos los hombres que tendrán la fortuna – desgracia de conocerla a lo largo de su vida, caerán rendidos ante las hábiles artes de seducción de Alraune, convirtiéndose en su juguete, en ese juguete que ella romperá y tirara a la basura después de humillarlos y de exprimirles el alma, cual “sedienta vampiresa”.

En resumen, la lectura del extraordinario relato de Ewers, el descenso a la locura en el que acompañamos a los amantes de Alraune, es sin duda alguna una grata experiencia, grata experiencia que, por fortuna para nosotros y a diferencia de lo que les ocurre a los mencionados y desdichados caballeros, no culmina con la muerte, con esa dulce muerte que lo mismo puede llegar con un tierno abrazo que con uno de esos apasionado besos con los cuales la joven saciaba su sed merced a la sangre derramada por los tiernos labios de sus amantes, de esos que aún en el momento de su muerte, se consideraban dichosos por ser el fruto mordido por La Mandrágora.

“Y libre de sus cadenas, la bestia indómita se precipita sobre ti, hermana, cual tormenta furiosa, y en los dulces pechos de niña que se convirtieron en formidables ubres de ramera – ahora que despertó el pecado – hinca sus zarpas y sus contraída dentadura, y los dolores gozan en torrentes de sangre.

Pero mis miradas son aún más silenciosas, como los pasos de una monja junto al Santo Sepulcro. Y más ligero, más ligero aún, mi beso vuela, como en la catedral, el beso del espíritu hacia la hostia, convirtiendo el pan en el cuerpo del Señor”.

No debe despertarse, que dormite el hermoso pecado, porque nada me parece tan dulce como el casto pecado en su sueño ligero” - Hans Heinz Ewers

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