miércoles, 11 de diciembre de 2013

El príncipe de los piratas, de Edmundo Díaz Conde

Título: El príncipe de los piratas
Autor: Edmundo Díaz Conde
Editorial: Algaida Editores
Primera edición: octubre de 2013
ISBN: 978-84-9877-959-2
Nº  Páginas: 425

Hubo un tiempo en que corsarios británicos, bucaneros franceses y filibusteros holandeses eran los amos del Caribe. Pero poco se ha contado de piratas españoles como Íñigo Santa Cruz, forzado a convertirse en caballero de fortuna por una patria que desampara a sus propios hijos y los obliga a vagar por el mundo. En aquella misma época también había tesoros fantásticos como el de la Dama del mar, por el que Henry Morgan organizará la mayor flota de filibusteros jamás conocida, ciudades como Panamá, que se dicen inexpugnables y encienden la codicia de los hombres, y mujeres como Elena, capaces de provocar la pasión y la ternura del corsario más insensible. El príncipe de los piratas es la historia de Íñigo Santa Cruz, llamado Lefthand por los ingleses, tan falsa como todas las leyendas y tan cierta como cualquier historia de piratas.

Opinión Personal: Francisco J Portela

Emilio Salgari me acompañó muchos años durante mi juventud con las aventuras de Sandokán, El Tigre de Malasia, un príncipe de Borneo a quien los ingleses desposeyeron de su trono y asesinaron a su familia por lo que, como venganza, se dedica a la piratería acompañado por su incondicional tripulación. Llegué a saberme de memoria los miembros de la misma, entre los cuales aún me acuerdo de Yánez y Tremal-naik. Pero también hay otro pirata literario que me trae buenos recuerdos de aquellos años como es el famoso John Silver, de la inolvidable novela de Robert L. Stevenson, La isla del tesoro.


He de confesar que tenía mis recelos con la lectura de El príncipe de los piratas porque cuando empecé a introducirme en su historia me parecía tener a cada lado a los dos personajes antes citados observándome con atención porque, según me adentraba en la historia de Iñigo Santa Cruz, temía que se les mudara el rostro y me amenazaran con rebanarme el pescuezo si el Caballero de la negra estampa hacía que me olvidase de ellos para siempre y los enviase a dormir en el limbo de los justos. Pero no teman, mis queridos piratas, que pese a que la novela superó con creces la prueba, ustedes siempre estarán ahí ocupando un lugar privilegiado entre mis héroes favoritos.

Edmundo Díaz Conde nos llevará al principio por unas aguas tranquilas, una travesía apacible, en la que apenas nos encontramos con ningún incidente; parece que a la historia que nos cuenta le falta algo pero a medida que nos vamos adentrando en ella los vientos empiezan a cambiar y nos encontraremos con todo tipo de turbulencias que nos invitan a seguir concentrados en su lectura, pues las escenas que se suceden nos   invitan a devorar los capítulos uno detrás de otro hasta que, finalmente, hemos hecho una larga travesía sin darnos cuenta y, maltrechos, tras todo lo vivido, logramos regresar al punto de partida, al final que deseábamos, un final previsible, sí, pero era el único final que se merecía esta historia, pues tal y como iban surgiendo los hechos, así lo presagiaban.

La trama de El príncipe de los piratas gira en torno a un acontecimiento histórico que tuvo lugar en 1671: «—La única razón por la que os he salvado la vida es porque, después de Puerto Príncipe, Porto Belo y Maracaibo, Morgan planea una operación de grandes dimensiones. Se tratará de la mayor empresa de piratería que hayan visto los siglos. Desde luego, a costa de España; pero en el fondo dicho ataque no es más que una tapadera: Morgan lo único que persigue es el tesoro de los tesoros: el oro de la Dama del mar.» (Pág 34).

Historia y ficción van cogidas de la mano, bien ensambladas por la imaginación del autor, porque aprovecha este hecho histórico para ofrecernos una narración cargada de acción, aventuras, algunas de ellas de corte fantástico, intriga, traición, abordajes, dosis de situaciones cómicas que no suelen faltar en este tipo de novelas, viejas enemistades que nos llevarán a conocer el pasado de alguno de los personajes y ron, mucho ron ¿qué sería de un buen pirata sin su botella de ron y de los tugurios que visitan para satisfacer sus placeres terrenales?

Iñigo Santa Cruz, un famoso pirata español conocido como Lefthand, es rescatado de presidio, a punto de morir en la horca, para formar parte de la expedición que agrandaría todavía más la leyenda del corsario británico, Henry Morgan. Pero esta misión tenía un precio y no era otro que el poder encontrarse con su hija, a quien hacía ya tiempo que no veía, pues vivía con su madre y se sabía que iba ser adoptada por el conde de Veragua, lo que obligó prácticamente al capitán a participar en la expedición para, a su regreso, lograr recuperarla. 

Narrada en tercera persona, El príncipe de los piratas está estructurada en cuatro partes, más un prólogo y un epílogo. El autor utiliza un estilo directo y un lenguaje sencillo y cuidado salpicado de términos marinos y exclamaciones propias que suelen adornar, en ocasiones, los diálogos entre este tipo de personajes.

Edmundo Díaz Conde nos ofrece una ambientación de la época que nos lleva a viajar con la imaginación al siglo XVII, a una España en decadencia bajo el reinado del último de los Austrias, Carlos II. Pero también visitaremos los exóticos parajes del Caribe, como las islas de Jamaica y Tortuga, y nos adentraremos en el istmo de Panamá, objetivo principal del viaje, para hacerse con el que decían legendario tesoro de La Dama del mar.

Nos encontraremos con una España en crisis, una España venida a menos con las arcas del Estado maltrechas. En diversos pasajes se nos relatarán las penurias por las que pasa la población. «—Nuestros recursos apenas nos dan para sostenernos. —Y a modo de explicación—: El Estado está siempre en quiebra y los donantes son cada vez menos. Tendremos que cerrar el hospicio, si el señor no lo remedia». (Pág. 83).

Pasarán ante nosotros un gran mosaico de personajes, entremezclándose ficticios e históricos, como el mismísimo Henry Morgan, el gobernador de Jamaica sir Modyford o el también gobernador español de Panamá, Juan Pérez de Guzmán. Personajes bien definidos de forma que nos familiarizaremos con ellos, así como con la tripulación que acompañará al capitán Santa Cruz en su singladura, representativa de todos los rincones del país. El asturiano Andrade, el gallego Téllez, Pablet el valenciano o los simpáticos hermanos Melquíades, Ginés y Blas, a los que le tomaremos mucho cariño, así como a la cocinera Amadora o al joven de los ojos verdes, a quien el segundo de a bordo, Alonso de Valdivia, siempre dice que su cara le suena de algo. Sus conversaciones no tienen desperdicio porque se asemejan mucho a lo que se escucha hoy día: «—Os equivocáis, compañeros. España es mucho más que Madrid. ¿Y sabéis por qué? Porque Madrid no es casi nada. Porque no hay una España, sino veinte. Por eso no es España, sino las Españas.¿O es que la Mezquita es menos nuestra que el Escorial? (pág. 106).

El príncipe de los piratas ha cumplido con el propósito que tienen las novelas de aventuras, como es el de hacernos pasar un momento agradable disfrutando de su lectura, trayéndome a la memoria aquellos años en los que era frecuente en mi surcar literariamente los siete mares en busca de aventuras acompañado de marinos intrépidos.

El autor:

Edmundo Díaz Conde nació en Orense en 1966. Se licenció en Derecho, carrera que, por convicción, no llegó a ejercer jamás. Ha trabajado como asesor editorial y colaborado, entre otras publicaciones, con El Correo de Andalucía y la revista cultural Mercurio (Fundación José Manuel Lara). Residió en Orense, Santiago de Compostela, Madrid y, actualmente, en Sevilla. Su primera novela, Jonás el estilita, mereció el III Premio Ciudad de Badajoz. Su siguiente obra, La ciudad invisible, se alzó con el finalista del XXXIII Premio Ateneo de Sevilla. El club de los amantes fue su tercera novela publicada y El veneno de Napoleón (finalista del Premio de Novela Histórica Alfonso X el Sabio 2008) ha sido publicada en Rusia. Concibe la escritura como una pasión, además de un oficio. Concibe la vida como un oficio, algo menos apasionante.

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