Sinopsis
En esta novela, Oscar Wilde
(1854-1900) indaga sobre el mito de la eterna juventud, al recrear el tema de
un pacto diabólico para conservar la belleza y permanecer eternamente joven.
Un pintor
queda fascinado por la extraordinaria hermosura de Dorian, su joven modelo, que
vive en plena era victoriana satisfaciendo todos sus deseos, sin límites ni
prejuicios.
El pintor
declara que sería dichoso si Dorian pudiese permanecer para siempre exactamente
como es. Este deseo se traduce en un pacto que lleva a Dorian a cometer todo
tipo de atrocidades, hasta llegar al crimen.
A medida
que se desarrolla la novela y que el protagonista se sumerge en el vicio en
contraposición con el desesperado anhelo de eterna juventud, se presiente un
final terrible.
"Con
frecuencia, al volver a su casa después de alguna de aquellas prolongadas y
misteriosas ausencias que provocaran tan extrañas conjeturas entre sus amigos
-o que por tales se tenían- subía a paso de lobo la escalera hasta la cerrada
habitación, abría la puerta con la llave que nunca le abandonaba, y allí, en
pie frente al retrato obra de Basil Hallward, con un espejo en la mano, miraba
alternativamente el rostro perverso y envejecido del lienzo y la faz joven y
hermosa que le sonreía desde el cristal. La misma violencia del contraste
avivaba su deleite. Cada día se sentía más enamorado de su propia belleza, más
interesado en la corrupción de su alma."
El retrato
de Dorian Gray es una extensa alegoría que sondea las profundidades del ser
humano y cuya vigencia sorprende en cada nueva lectura de esta magistral obra.
Biografía
Nació el 16 de octubre de 1854, en Dublín, Irlanda
(cuando todavía formaba parte del Reino Unido). Su padre, William, fue un
exitoso médico y su madre, Jane, una mujer muy interesada en las artes. Wilde
tuvo un hermano, y una hermana que murió siendo niña. Se educó en prestigiosas
universidades de Dublín y Oxford, especializándose en los clásicos griegos.
En 1881, la publicación de sus Poemas le ofreció notoriedad, que
aumentó gracias a su carisma, su forma llamativa de vestir y sus charlas sobre
el esteticismo. De hecho, fue contratado para dar conferencias sobre este tema
en diversas ciudades de los Estados Unidos durante gran parte de 1882, con una
extensa cobertura mediática.
En 1884 se casa con Constance Lloyd, con quien tiene
dos hijos. La familia se instala en Londres, y Wilde escribe durante los siguientes once años
varias obras, aumentando su éxito literario.
Por un par de años dirige, además, una revista
femenina.
En 1895, en pleno auge de su carrera literaria,
sobreviene un hecho que marcaría su desgracia. Lo que comenzó como una demanda
por difamación intentada por Wilde en contra del Marqués de Queensberry, luego
de que este lo tildara de homosexual (Wilde de hecho mantenía una relación con
Lord Alfred Douglas, hijo del marqués), terminó convirtiéndose en una acción
penal en contra del propio Wilde, puesto que en ese entonces la sodomía era un
delito.
Las relaciones de Wilde con otros hombres, no sólo
amigos de su entorno sino también jóvenes dedicados a la prostitución
masculina, salieron a relucir luego de que Queensberry pagase detectives
privados que escudriñaron en la vida privada del escritor. A consecuencia del
juicio, Oscar Wilde es condenado a dos años de trabajos forzados, que cumple en
su totalidad.
Sobra decir que el juicio fue todo un escándalo para
la sociedad conservadora de la época y marcó también el rompimiento definitivo
con su familia. Constance (que muere en 1899) se niega a volver a verlo (aunque
nunca se divorciaron) y sus dos hijos deciden cambiarse el apellido Wilde por
Holland.
En 1897 sale de prisión, destrozado física y
emocionalmente, y en muy precarias condiciones económicas. Adopta el nombre de
Sebastian Melmoth y marcha a París, donde muere el 30 de noviembre de 1900
víctima de una meningitis. Sus restos se encuentran enterrados en el cementerio
parisino de Pére Lachaise.
Opinión
personal
Llevo un par de años leyendo los grandes clásicos durante el corto
trayecto que me lleva el bus desde casa a mi oficina y viceversa, quizás por
tal motivo las obras duran en mis manos más tiempo del que debieran, pero ello
me permite, entre frenadas, curvas, semáforos y paradas, analizar los detalles
y deleitarme con ellos.
El
extenso prólogo de Robert Michall (casi 60 páginas), no deja nada para la
imaginación, pues sin tapujos te prepara para recibir la obra desvelando
conversaciones y tramas que yo hubiera evitado, para que el lector pudiera
opinar por sí mismo y descubrir lo que encierra la obra maestra de Wilde, sin
la extensa y manipuladora influencia del prologuista.
Pero
centrémonos en la obra en sí. Su argumento es conocido, sin embargo, su lectura
no deja de sorprenderte a pesar de que posiblemente, nada nuevo desvela; los
pactos con el Diablo no son nada nuevos, ni lo son, el recurrente
envejecimiento del retrato, ni la vida llena de libertinaje, como tampoco lo
son el consumo de drogas o la homosexualidad así como el deseo de la humanidad
de lograr la eterna juventud.
Lo nuevo, lo valiente y lo brillante, es el atrevimiento de
escribirlo en la época en que fue publicado declarando abiertamente al mundo, su
condición de ser humano, con sus pasiones, miedos, curiosidades, cobardías,
instintos, y como no, esa voz interior que en ocasiones nos carcome, la
consciencia, alma, mente, llamarla como queráis.
La juventud eterna, como la eterna ambición del ser humano por lo
prohibido, por el pecado, por la perversión, el asesinato y la moral, tocada
por un alma inmortal, que es el fiel reflejo de nuestros actos realizados bajo
el libre albedrío del que estamos tocados, motivan a nuestro autor a poner
negro sobre blanco como si de la famosa Epopeya de Gilgamesh se tratara, pero,
qué busca Dorian, o qué busca Wilde, pues sabemos que el famoso y despótico rey
buscaba la inmortalidad, sin embargo, no tengo claro lo que buscaba Wilde.
Si nuestro literario Fausto levantara la cabeza, quien sabe, quizá
acusaría a Wilde de plagio por su pacto con el diablo, y la vida dedicada a los
placeres mundanos. Pero nadie en su sano juicio cometería tal pecado, ¿o sí? Cuando
de lo que se trata, es cometer pecados. Pues adelante, cometámoslos.
Dicen los que entiendes, que se trata de una obra gótica de terror,
será cierto, pero yo la veo como moralista, morbosa, pecaminosa, ambiciosa y
por supuesto, tremendamente entretenida y psicológica.